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#03 Extendiendo nuestra mente
Extendiendo nuestra mente
Extendiendo nuestra mente
Para las posturas más actuales en filosofía de la mente existe una relación indispensable entre los procesos mentales y los procesos físicos. Ya sea que los procesos mentales no son más que procesos físicos, o que ciertos procesos físicos causan los estados mentales. Entonces, ¿dónde queda la mente? ¿cuál es el límite entre la mente y el resto de cosas que hay en el mundo?
Probablemente, si alguien te preguntara esto, te apuntarías a la cabeza y dirías: “Acá”. Pero también, aunque suene un poco extraño, podemos pensar que algunos estados llamados “mentales” y algunos procesos cognitivos también se extienden y están por fuera de la cabeza en objetos tales como libretas, celulares o computadoras. Esto nos suena extraño porque nos aleja un poco del sentido común, aquel que considera que el cerebro o, a lo sumo, el sistema nervioso es el único lugar en donde reside la mente. Para entender de qué va esta peculiar idea podemos intentar adaptar, en clave argentinizada, el famoso experimento mental propuesto por Andy Clark y David Chalmers en su artículo “The Extended Mind” (1998).
En aquel trabajo se introducen dos personajes, Inga y Otto. Inga es una estudiante de artes que al enterarse de una exposición de arte contemporáneo en el Malba decide ir a verla. El día del evento, Inga recuerda que para llegar al museo puede tomarse el 102 que la deja en la puerta. Otto, un vecino de Inga, también es amante del arte y tiene Alzheimer, una enfermedad neurodegenerativa cuyo principal componente afectado es la memoria. Al enterarse de la misma exposición hace lo que suelen hacer muchas personas que padecen de la misma enfermedad: utiliza elementos de su entorno para organizarse. En este caso lo que hace es anotar en una libreta —que siempre tiene encima— la fecha, el horario, la dirección y una pequeña descripción del evento al que desea ir. De este modo el día del evento, y con su libreta a mano, sabrá dónde, cuándo y cómo asistir al mismo. La libreta de Otto estará cumpliendo el mismo rol que la memoria biológica de Inga dado que ambos tienen la información disponible cuando la necesitan, lo que les permite llegar al evento en tiempo y forma. Así es como Clark y Chalmers concluyen que algunos estados mentales que Inga tiene en su cabeza, como las creencias o recuerdos, Otto las tienen en su libreta.
¿Es Otto, u otras personas con demencia, el único que se maneja con estos mecanismos extravagantes? Si pensamos en una persona cualquiera no nos sorprende que de no conocer la dirección del museo la busque y guarde en su teléfono para luego seguir desde allí las indicaciones. Tanto Otto, como cualquier otra persona, incorpora dispositivos externos a su aparato cognitivo y mental e instaura o delega información de forma que pueda volver a ella cuando la necesite. Otto lo hace con la libreta, otras personas con el celular, y hasta hay quienes se apoyan en la memoria de otras personas. Incluso podemos pensar que es esta facilidad para acoplar nuestras capacidades biológicas a nuevos entornos lo que diferencia fundamentalmente la mente humana de la de otros animales.
La mente humana parece estar siendo constantemente rediseñada a partir de la creación e incorporación de nuevos sistemas y dispositivos cognitivos extendidos. Es por esto que podemos pensar que nuestra mente es tanto biológica como tecnológica, y es así como los diseños tecnológicos e ingenieriles modifican nuestros pensamientos, para bien o para mal.
No hace falta imaginar un futuro ciberpunk ni chips en el cerebro para ver cómo la tecnología modifica y configura nuestra naturaleza y la manera en que procesamos nuestros pensamientos. La escritura o la imprenta de Gutenberg son otros ejemplos de cómo la externalización de la mente no es nada nuevo. Pero hay un buen motivo por el cual detenernos en esto en la actualidad: los celulares e internet nos siguen a todos lados y es con ellos que incorporamos nuevos mecanismos cada vez más ágiles para delegar, buscar y retirar información.
Están quienes marcan que la facilidad y comodidad en términos de acceso a la información que estos mecanismos nos ofrecen tiene como contraparte que tendamos a recordar menos dada la facilidad con la que podemos buscar en un instante cualquier dato. Sin embargo, una leve pérdida de la memoria biológica parece despreciable frente a la ganancia que disfrutamos gracias a la memoria tecnológica.
Esta tendencia a la externalización también nos pone de frente a ciertos problemas éticos y políticos no menores, aquellos que plantea el hecho de delegar gran parte de nuestra memoria en manos de plataformas digitales propietarias. Cada vez que subimos un archivo a internet, o encomendamos un recuerdo en una conversación de mensajería instantánea, sin darnos cuenta dejamos que una parte de quienes somos esté mediada por grandes corporaciones tecnológicas. ¿Qué pasaría si alguna de estas empresas decidiera borrar información que nos es indispensable para movernos, actuar y pensar en el mundo? ¿Qué usos de nuestra información les permitimos a estas empresas? ¿Qué tan peligroso es que confiemos en la buena voluntad de estas corporaciones a la hora de no manipular nuestra mismísima identidad?
En otras palabras, ¿a quién le pertenece nuestra mente?