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#04 La ilustración en la era de la información
La Ilustración en la era de la Información
La Ilustración en la era de la Información
El filósofo Immanuel Kant escribió en el año 1784 un ensayo titulado “Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?”. Este texto formó parte de una serie de respuestas que publicó el periódico alemán Berlinische Monatschrift (Boletín mensual de Berlín) a la siguiente pregunta formulada por el clérigo Johan Friedrich Zöllner: “¿Qué es la Ilustración? Esta pregunta tal vez sea tan importante como la pregunta ¿Qué es la verdad?, tiene que ser respondida antes de que se comience a ilustrar y hasta el momento no se ha encontrado respuesta en ninguna parte”.
Para Kant la Ilustración consiste en primer término en “la salida del ser humano de la inmadurez causada por él mismo”. Esta inmadurez es un problema que atañe tanto a individuos particulares como a pueblos enteros, y se trata fundamentalmente de la incapacidad de pensar por sí mismos. Es mucho más fácil y cómodo aceptar la guía de tutores de diversas índoles que tomarnos el trabajo de elaborar la información a la que accedemos a partir del propio criterio. No importa si nos equivocamos o no, el desafío es ejercitar el juicio propio, sin dejarnos llevar de las narices por maestros, sacerdotes, medios de comunicación o cualquier otra forma posible de la tutela de la propia conciencia a la que decidamos someternos. El lema, para Kant, es “Sapere Aude”, en latín, ten el valor de servirte de tu propio entendimiento.
¿Tiene algo para decirnos a nosotrxs, seres del siglo XXI, esta idea kantiana de la Ilustración?
Existe un consenso casi absoluto respecto de que nuestra era es la era de la información. Luciano Floridi, en su artículo “Big Data and Their Epistemological Challenge” (2012) señala la desproporción inmensa que existe entre la acumulación histórica de información hasta la era digital y la que se viene produciendo en los últimos años: la humanidad acumuló 180 Exabytes (EB) de información entre la invención de la escritura y el año 2006, y entre el año 2006 y el 2011 el total creció diez veces y alcanzó los 1600 EB. Un EB equivale a diez a la doceava potencia veces un Gigabyte (GB) y es igual a veinte veces todos los libros escritos en la historia de la humanidad.
Dado que la Ilustración está vinculada al modo en que interactuamos con la información, porque de lo que se trata es, básicamente, de cómo pensamos “lo que” pensamos, podemos plantearnos una actualización de esta idea como algo relevante para nuestra circunstancia presente. Una puesta en el actual contexto de este llamado propio de la Ilustración a pensar por nosotrxs mismxs nos obliga a reflexionar en este momento acerca del modo en el que accedemos, administramos y elaboramos toda esta enorme cantidad de datos que constituyen el core, la esencia, de nuestra era.
¿Sabemos realmente qué pasa con nuestros datos personales, una vez que se los proporcionamos o nos son extraídos compulsivamente por múltiples instituciones, corporaciones y/o plataformas, de forma cotidiana?, ¿qué estamos haciendo cuando exponemos toda nuestra vida en las redes sociales?, ¿a quiénes beneficiamos con nuestra diaria construcción de nuestra propia imagen virtual?, ¿tenemos alguna idea de cómo se almacenan los datos en la era de la información, quién o quiénes controlan esa data, para qué la usa?... Y más importante, ¿nos hacemos o no esta clase de preguntas?
Cloud Computing es el nombre con el que se conoce el fenómeno cada vez más extendido de la existencia de proveedores a gran escala de recursos computacionales como almacenamiento, software, CPU power y rutinas de mantenimiento online. Estos proveedores guardan y procesan la información en grandes data centers, lo que tiene enormes ventajas en términos de instalación, configuración, actualización, compatibilidad, costos y poder computacional. El precio es, sin embargo, una mayor vulnerabilización de la seguridad de la información. En su artículo “The Ethics of Cloud Computing” (2017), Luciano Floridi y Boudewijn De Bruin ponen de relieve este carácter de fragilidad que poseen los actuales servicios de almacenamiento, mencionando varios ataques de gran impacto, como el que sufrió Google en 2010 o el escándalo de espionaje de la National Security Agency de USA, en 2012.
La cuestión es que entender cómo funcionan estos sistemas tiene un impacto directo en ciertas áreas muy importantes de la calidad de vida de los individuos, como la seguridad de su información personal y su libertad, por no decir también que de esta comprensión depende el futuro mismo de la democracia en el mundo.
La calidad de los mejores sistemas políticos que existen depende del modo en que aprendamos a vincularnos con la inmensa cantidad de información que generamos, como quedó establecido con claridad en el caso de la influencia que una empresa como Cambridge Analytica pudo ejercer en el resultado de las elecciones en diversos países. Utilizando la información de millones de cuentas de Facebook esta empresa orientaba anuncios y posteos para influenciar de manera encubierta el voto de las personas afectadas.
Frente a la vulnerabilidad potencial del modo en que se maneja la información en este momento tenemos varias soluciones posibles. Una es que los estados sean cada vez más capaces de garantizar la seguridad de los sistemas de manipulación y almacenamiento de datos. Otra opción, la que equivaldría a una forma de Ilustración “actualizada”, es que comencemos a considerar un derecho y un deber ciudadano el aprendizaje del funcionamiento de esos sistemas, y, al mismo tiempo, su cuestionamiento crítico.
Pensemos un sistema: ¿cómo funciona?, ¿qué hace con la información que introducimos?, ¿cuál es su alcance?, ¿con qué se conecta?, ¿se encripta o no?, ¿cómo?, ¿se comparte con otras empresas?, ¿de qué manera se subdivide?, ¿en cuántos tipos de información se convierte la información? Son muchas preguntas, sí. Pero si tenemos en cuenta lo que está en juego, si llegamos a cobrar plena conciencia de la responsabilidad que implica para el futuro de la humanidad que nuestra generación se tome en serio su relación con los datos, entonces tal vez podamos mirar esta clase de preguntas como Neo miró la pastilla roja antes de tomársela, en Matrix.
Kant vivió en una época en la que ilustrarse significaba aprender a prescindir de la tutela de sacerdotes en materia de religión y moral, o que lxs ciudadanxs se dieran a sí mismxs la oportunidad de reflexionar críticamente sobre su situación política o social, y, si se consideraba necesario, hacer un uso público de la palabra para cuestionarla. En este momento, si bien nuestras sociedades no se hallan plenamente secularizadas, y un número importantísimo de individuos sigue prefiriendo seguir los consejos de diversas instituciones religiosas a la hora de juzgar cuestiones de mayor o menor relevancia para su propia vida y la de lxs demás integrantes de su comunidad, y por esta razón el llamado kantiano sigue plenamente vigente en su forma primaria, es cierto también que nuestra realidad se complejizó considerablemente.
La era de la información entraña potencialmente una tiranía tal vez peor que la de iglesias o déspotas, y la única solución orgánica posible reside, una vez más, en la forma en la que decidamos usar nuestra razón y nuestra capacidad de aprender. Sólo entendiendo podemos cuestionar, sólo entendiendo nos podemos defender a nosotrxs mismxs de afrentas a la privacidad y de los intentos de influenciar nuestras decisiones, y solamente comprendiendo cómo funcionan los sistemas de manipulación de la información podemos participar en sus diseños para hacerlos más democráticos, más útiles, más justos y mejores en general. ¡Sapere aude!