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# 29 Problemas políticos de la automatización del trabajo
Problemas políticos de la automatización del trabajo
Problemas políticos de la automatización del trabajo
La tecnología, a lo largo de la historia, ha permitido a la humanidad aumentar exponencialmente sus capacidades de transformación del mundo, reemplazando trabajo vivo por trabajo muerto, hombres por máquinas. Se podría decir que uno de los principales objetivos de la tecnología es la progresiva eliminación del trabajo humano en ámbitos automatizables, ampliando así las capacidades de la especie en su conjunto. Con el auge de las nuevas tecnologías de la información y la inteligencia artificial, nos encontramos ante el hecho de que gran parte de los trabajos en el ámbito industrial, de servicios, del hogar o mismo en empleos de capacitación media-alta tales como el trabajo financiero o los diagnósticos médicos, pueden ser automatizados. Las consecuencias políticas, económicas y demográficas de estos procesos ya se están viviendo a lo largo del mundo, con franjas cada vez mayores de la población quedando por fuera de los circuitos formales de la economía o relegados a empleos precarios de la gig economy. En definitiva, parecería que el resultado de la automatización es una polarización del empleo entre un pequeño número de trabajadores con un alto nivel de educación y salarios y una gran mayoría con bajos salarios.
Este diagnóstico es compartido por Srnicek y Williams en su libro Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo (2015) en el que plantean las limitaciones de los movimientos políticos contemporáneos y la necesidad de disputar el sentido común neoliberal. Mismo en su Manifiesto por una política aceleracionista (MAP), afirman la necesidad de intervenir activamente en el desarrollo del proceso tecnológico en pos de no sucumbir a la velocidad del proceso de acumulación capitalista. Éste, en efecto, desperdicia el potencial cognitivo de la humanidad al obedecer la sola demanda de mantener la tasa de ganancia mientras que sigue actuando como si la base del sistema fuera el robo del tiempo de trabajo, a pesar de que esto se muestre cada vez más innecesario.
Nos encontramos así frente a la necesidad de una intervención teórica en el seno del desarrollo económico-político de la sociedad: es preciso preguntarnos por los fines de la creciente automatización, dado que, si la misma es liberada al mercado, conducirá a la precarización de sectores cada vez mayores de la población mundial, frenando el desarrollo colectivo de nuevas tecnologías y formas de vida y limitando el desarrollo tecnológico a la extracción de plusvalía. Una de las propuestas presentada por los autores para la “navegación” en la velocidad capitalista, es la instauración de un ingreso básico universal (IBU) como complemento del estado de bienestar. Existe, sin embargo, una serie de problemas inherentes a esta propuesta:
El primer problema está dado el carácter global de todo proyecto político en el mundo de la automatización y de la hiperconectividad; cualquier país que logre automatizar sectores de su producción, dándole a su población un IBU que les permita vivir independientemente de la necesidad del trabajo asalariado, tendrá un fuerte flujo migratorio de países en los cuales el capitalismo continúa su dinámica expulsiva actual, por lo que deberá tener niveles de crecimiento económico que parecen ser poco alcanzables. Los países centrales no cuentan con la infraestructura ni con el capital necesarios para sostener a semejante cantidad de individuos, generando conflictos con los habitantes anteriores que, en un contexto de progresivo avance del capital sobre el trabajo, ven con razón a sus derechos adquiridos en peligro.
Desde el punto de vista del capital, sin embargo, la migración no es necesariamente negativa, en tanto permita la corrosión de los derechos laborales debido a la oferta de mano de obra sumamente barata y desesperada. La tensión entre centro y periferia recorre la historia del capitalismo, por lo que pensar un mundo en el que el trabajo no sea la condición necesaria de la supervivencia implica tener en cuenta los desafíos de la asimetría que actualmente existe.
El esquema centro-periferia no es exclusivo de la relación entre Estados, sino que se replica al interior de cada uno con el nombre de desigualdad económica. Luego del fin de la economía fordista de posguerra y la instauración del neoliberalismo, la desigualdad económica en la mayor parte del mundo ha aumentado violentamente. Varios estudios, entre ellos informes del banco mundial, apuntan al hecho de que, en efecto, la automatización crea más empleos de los que elimina, a través de la liberación de capital producto de la baja de los costos de producción. Sin embargo, los nuevos empleos en general son de menor paga y requieren menos calificaciones, estando mayormente relacionados con la economía de servicios. Este desplazamiento de la población económicamente activa, sobre todo en las ciudades, hacia los servicios, va de la mano de la informatización de los mismos, es decir, de su concentración en grandes plataformas que ofician de organizadoras de esta fuerza de trabajo recientemente liberada, en esquemas de acumulación con cada vez mayores márgenes para explotar al trabajo que regulan (Rappi, Glovo, Uber, etc.), profundizando así la creciente brecha social.
En este escenario, un IBU por sí sólo no traería consigo más que el subsidio de la pobreza, en tanto los sectores de la población que no tienen acceso inicial al capital tendrían un ingreso que les permitiría asegurar la subsistencia material, pero sin alterar el esquema de poder que ubica a los únicos agentes cognitivamente relevantes para la producción del lado del capital. Este problema es observado por Williams y Srnicek, en tanto consideran que el IBU debe ser un complemento del estado de bienestar y no un reemplazo del mismo, como aboga, por ejemplo, M. Friedman. Si la capacidad de organizar los medios colectivos de producción queda apropiada por un conjunto fijo de individuos, que, a pesar de la pretendida eficiencia con que los operan, los mantienen funcionando en base a los intereses del Capital de obtención de plusvalía, una redistribución de los ingresos producto de un IBU no constituiría de por sí posibilidad alguna de emancipación, ya que ésta requeriría que cada individuo pueda ejercer efectivamente sus derechos formales.
Finalmente, el problema central que lleva en sí la automatización cada vez mayor de las actividades laborales socialmente necesarias, es la redefinición de las categorías éticas en torno al trabajo. La automatización, en efecto, plantea un desafío a la ética clásica de hipostatización del trabajo como método de progreso social –individual y colectivo-, es decir, como única fuente de valor: una vez que la mayor parte del trabajo productivo sea realizado por máquinas, aquellas personas que puedan definir su status social a partir del trabajo van a ser los menos. Surge así la pregunta de cómo asignar los recursos productivos en una sociedad postrabajo, cómo decidir quién organiza qué hacer y bajo qué criterios se juzga una inversión colectiva o individual.
Si las máquinas producen casi todo valor de uso, se cae la pretensión del trabajo como fuente originaria de la riqueza, quedando en evidencia la dominación del capital por sobre la vida humana y su importancia únicamente como fuente de valor. El humanismo real, material, es posibilitado a partir de la técnica. Sin embargo, el IBU por sí solo no logra esto, ya que requiere como complemento necesario el acceso irrestricto e inclusivo a la educación superior y a la dirección de proyectos colectivos bajo criterios sociales como método de actualización de las potencialidades de un individuo dado. Aun así, la cuestión del criterio de asignación de recursos no es tematizada en el libro de los autores -una sociedad cuya producción esté automatizada no implica que tenga recursos infinitos- cuando en efecto, es ésta la pregunta crucial que surge a partir de la automatización. Ésta puede dar lugar a una concentración de capital inédita en la historia de la humanidad, aunque, a su vez, permite la apertura de un campo de posibilidades antes sólo soñado para la misma. La pregunta sobre la organización de dichos recursos para habilitar el desarrollo continuo de la especie y la emancipación de sus individuos no es posibilitada por un IBU, siendo éste compatible con la extrema desigualdad y la osificación de los estratos sociales.