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#33 Organismos controlados cibernéticamente
Organismos controlados cibernéticamente
Organismos controlados cibernéticamente
Es común encontrarse reflexionando sobre posibles panoramas acerca del futuro de la tecnología y que aparezca la imagen cyborg: humanxs con intervenciones tecnológicas en su cuerpo. Brazos robóticos, ojos biónicos, implantes intracraneales, entre otros, son los equipamientos con los que lxs cyborgs aparecen a veces en la imaginación de escritorxs de ciencia ficción, animadorxs, dibujantes o desarrolladores tecnológicos. El razonamiento universal que subyace al imaginario cyborg es que, si estos gadgets son implementados de forma correcta, y con la sofisticación ingenieril suficiente, podrían permitirnos ver colores que nunca vimos, pensar más rápido y mejor, tener más fuerza o percibir cosas que escapan normalmente a nuestros sentidos (como, por ejemplo, percibir los movimientos de placas tectónicas mediante el tacto, radiaciones electromagnéticas a través del sonido, o directamente, mundos virtuales).
En los panoramas Cyberpunk, muchas veces, todo esto viene acompañado de futuros sombríos, en los cuales la tecnología perpetúa y profundiza formas de explotación, abuso, violencia, deshumanización, y pérdida de autonomía, en las que se reduce a la humanidad de maneras hostiles. Pero incluso en algunas de las presentaciones más tecno-pesimistas, en este futuro tecnológico se admite a veces la posibilidad de que la intervención tecnológica sobre el cuerpo, de ser bien aplicada, podría mejorar a la humanidad, volviéndola más resistente a enfermedades, más longeva, mejor capacitada, e incluso libre de dolor corporal o emocional. Es el catálogo compartido tanto por pensadorxs de la corriente transhumanista como por empresarixs de Silicon Valley en alzas de exaltación tecnofílica.
Para comprender dónde vino el concepto de Cyborg hay que remontarnos al año 1960. En aquel entonces, en muchos ámbitos del diseño tecnológico y la investigación científica había un alto interés por el fenómeno aeronáutico; la carrera espacial mantenía a la URSS, a EEUU y a varias potencias europeas con mucha atención e inversiones puestas en encontrar maneras efectivas, rentables y fiables de mandar gente al espacio. En una de las revistas norteamericanas dedicadas a publicar papers sobre este tema, llamada Aeronautics, llegó una propuesta de dos científicos cibernetistas, llamados Clynes y Kline. En el artículo, se propone una posible solución al problema básico de viajar a planetas en donde las condiciones de vida no son aptas para humanxs. Mientras que, para lidiar con este asunto, la mayoría de las propuestas se volcaban al terraformismo, o sea, modificar el entorno material del planeta a visitar para que se vuelva apto para la vida humana, a Clynes y Kline se les ocurrió hacerlo al revés: intervenir técnicamente al ser humano para extender sus funciones biológicas, de tal modo que pueda modificarlas en respuesta al entorno con el objetivo de volver al cuerpo humano apto para vivir en planetas sin oxígeno. A este engendro lo llamaron, justamente, Cyborg (una abreviación de Cybernetic Controlled Organism).
Al día de hoy existen varios desarrollos tecnológicos que se encuentran dando los primeros pasos necesarios para ir en busca de concretar algunas de las clásicas variantes cyborgs. Existen implantes intracraneales para tratar algunas formas de ceguera, implantes cocleares para tratar sorderas o implantes en la corteza motora para tratar cuadriplejia. También hay proyectos que buscan establecer comunicación cerebro a cerebro a través de estimulación extracraneal, e investigaciones para estimular áreas del cerebro a fines de producir mejoras en el desempeño cognitivo a corto plazo. Hay empresas como Neuralink que buscan profundizar estas investigaciones y llevarlas al área comercial y artistas que buscan explorar el plano estético. Lo cierto es que es una lista amplia de tecnologías, que demandan una taxonomía exhaustiva, pero que, en definitiva, en mayor o menor grado, están todavía muy lejos del panorama futurista (cosas como telepatía de pensamientos complejos, brazos robóticos que derriben camiones, etc.)
Pero si a los conceptos filosóficos, al igual que las tecnologías, los pensamos como aperturas de campos de acción, podremos ver que tanto el concepto de cyborg como sus posibles implementaciones tecnológicas, confluyen en tocar la fibra misma de lo que entendemos como “humano”. Modificar nuestro equipamiento biológico es, en definitiva, modificar nuestra propia autopercepción, y en ese juego, nos desentendemos de algunas restricciones que a priori configuran la concepción de nuestra existencia. O, dicho de otro modo, desencializamos la naturaleza humana, y pasamos a comprenderla como un proceso abierto. Aquí está el punto más interesante en el concepto de cyborg; asimilarlo como un dispositivo conceptual que permite comprender a lo humano más allá de sus configuraciones biológicas.
Quizás el cyborg de Clynes y Kline es un caso un poco exagerado, pero sirve como una buena historia para enfatizar de manera extrema una actividad que el ser humano hizo desde siempre: intervenir sus entornos con la técnica, al punto de que esos entornos modulan su constitución evolutiva. Con esta imagen presente, podemos observar que no hace falta incorporar implantes cibernéticos para ser cyborgs; somos cyborgs porque la incorporación de entornos tecnológicos para modificar o amplificar de diversos modos a las capacidades con las que venimos configurados, forma parte de las más esparcidas y antiguas prácticas humanas. Confesándonos, así, como criaturas tanto biológicas como tecnológicas, la cuestión pasará por comprender nuestros vehículos; tanto cognitivos, culturales, sociológicos, psicológicos o biológicos, entre otros, pero también nuestros vehículos tecnológicos e informacionales, como parte inherente de nuestra cambiante constitución.
Esta vía nos permitirá, llegado el momento de lidiar con tecnologías de intervención directa sobre el cuerpo, preguntarnos de manera más abarcativa y precisa acerca de cuáles serán sus condiciones de interfaz, el conocimiento del funcionamiento interno que se le otorgará a lxs usuarixs, en manos de quienes estará el diseño y producción de las mismas, y cómo se garantizará su distribución equitativa para impedir que sean tecnologías que profundicen desigualdades sociales preexistentes. Más que preguntarnos si es posible detener el desarrollo tecnológico, son estas las cuestiones en donde se juegan los puntos esenciales de la autonomía necesaria para garantizar que nuestro futuro de fusiones biotecnológicas sea un futuro en el cual queramos vivir.