#38 Cuando las verdades desinforman

Cuando las verdades desinforman

Cuando las verdades desinforman

Las cadenas de Whatsapp a veces dicen verdades. A veces se publican imágenes, con texto de afirmaciones relativamente extraordinarias, que no mienten. En internet, es usual encontrar piezas de información de fuente desconocida, que no citan en sí a ninguna otra. Es común encontrar titulares en páginas de noticias que no conocemos. Naturalmente, menos común que eso es leer los artículos que los acompañan (y al hacerlo, solemos encontrar que en realidad los titulares eran un tanto sensacionalistas). La fuente de información de la cual provenía originalmente la noticia, muchas veces, nos es tan desconocida como la fuente que estamos leyendo, o peor, simplemente no es citada en el artículo. Pero sucede, también, que de a ratos encontramos un titular, de un medio desconocido, que resume de manera adecuada una noticia, y que el artículo que lo acompaña cita fuentes que reconocemos como válidas: sucede a veces que hay titulares en internet que dicen la verdad. 

¿Qué valor epistémico tienen estas fuentes de información? En otras palabras, ¿cuándo podemos decir que sabemos algo porque lo leímos en alguna de estas fuentes? Para responder estas preguntas primero hay que establecer algunas definiciones. ¿A qué nos referimos por “saber”? 

La definición de conocimiento tradicional, punto de partida de la epistemología desde Platón hasta bien entrado el siglo XX, lo definía como “creencia verdadera justificada”. En otras palabras, si creemos X, X es verdadero, y además tenemos algún modo plausible y racional de justificar nuestra creencia, entonces podemos decir que sabemos X.

En 1963, Edmund Gettier, en un artículo de poco más de dos carillas, desafía esta definición, con un éxito tal que casi ninguna persona que se dedique a la epistemología admite que las condiciones establecidas por la definición tradicional sean suficientes para hablar de conocimiento. La necesidad de incorporar “justificación”, además de “creencia verdadera”, como requisito para afirmar que algo realmente se conoce, venía por el lado de evitar relaciones espurias, esto es, para excluir de nuestras definiciones de conocimiento a las “adivinanzas con suerte” (llegar a convencerse de algo sin justificación alguna, y que esto resultara cierto). Pero, como observó Gettier, y tras él, florecieron ejemplos en la bibliografía, también las justificaciones pueden ser espurias. 

Primero podemos observar que existen justificaciones plausibles y convincentes para creencias falsas. No es difícil encontrar ejemplos de esto, incluso en la experiencia personal. Es casi directo, entonces, notar que las justificaciones no evitan las coincidencias, la azarosa posibilidad de que consideremos “conocimiento” a algo que surge de una mera relación espuria. Estos casos, que se usan como contraejemplos para la definición clásica de "conocimiento", son llamados "casos Gettier". El budista George Dreyfus da un ejemplo. Podemos estar caminando en el desierto y ver un espejismo. La percepción subjetiva de un oasis es una justificación plausible y convincente de que hay agua allí donde estamos mirando. Supongamos que en este caso estamos viendo un espejismo. Es decir, que la justificación plausible y convincente podría estar justificando perfectamente una creencia falsa. Pero nos acercamos a la zona, levantamos una piedra, y encontramos una fuente de agua subterránea. ¿Sabíamos, entonces, al ver el espejismo, que había agua? Aunque desde la definición tradicional sí lo sabríamos, porque existe una justificación, no sigue el “espíritu” de nuestra definición de conocimiento. Habíamos añadido la necesidad de justificación para evitar estos casos de adivinanzas con suerte (incluso en la definición tradicional, esto no se admite como conocimiento), y resulta que requerir una justificación no termina de eliminarlas.

Existe cierta relación entre la posibilidad de que una justificación fundamente una creencia falsa y la de que pueda, por casualidad, estar justificando algo verdadero. Los casos Gettier aparecen cuando admitimos como justificaciones válidas a justificaciones que podrían errar. Es muy difícil tener criterios suficientes como para poder decir que una justificación es completa o infalible, pero es fácil ver en qué momento las justificaciones son altamente falibles.

En tiempos de noticias falsas y desinformación, preguntarnos qué es lo que realmente podemos decir que sabemos es fundamental. Es abrumadora la evidencia que tenemos de que todas las fuentes citadas al principio tienen altísimos índices de error, se contradicen entre sí, fallan muy seguido. Se usan, muchas veces, para justificar creencias. Resulta, además, que a veces las creencias que justifican son verdaderas. Sin embargo, de algo que nos podemos asegurar, sin duda alguna, es que las cadenas de Whatsapp, los titulares y las imágenes llamativas no son fuentes de conocimiento.

Como vimos, gran parte del problema radica en las justificaciones altamente falibles. Aunque no podamos lograr total seguridad de cuándo una justificación es infalible, sí podemos notar fácilmente la falibilidad. Lo mismo sucede con las fuentes. Aun si una cadena de Whatsapp, un titular de un medio que no conocemos o una imagen con texto llamativo dice la verdad (y lo sabemos) compartir información sin citar a fuentes o a medios menos falibles (incluso cuando esta información es cierta) no contribuye a la formación de conocimiento, y continúa siendo parte del problema.  

Los casos Gettier aparecen cuando justificaciones altamente falibles dan en el clavo. Cuantas más noticias verdaderas sean compartidas con justificaciones débiles, más noticias falsas se nos pueden filtrar fácilmente. Negar que en los casos Gettier haya realmente conocimiento lleva a una conclusión práctica: compartir noticias falsas no es el único modo de contribuir a que estas existan. A veces incluso las cosas ciertas son desinformación. 

No sólamente debemos revisar de manera más rigurosa las noticias cuando las leemos, tenemos que ser responsables en nuestro modo de compartirlas.