#44 Adiós a la psicología folk

Adiós a la psicología folk

Adiós a la psicología folk

Estamos a comienzos del siglo XVII en el ducado de Florencia. En una de las residencias de Pisa, Galileo Galilei está terminando de publicar su tratado Sidereus Nuncius, en el cual expone las observaciones que pudo realizar gracias a su telescopio refractor, el flamante invento patentado tan solo un par de años antes en Países Bajos y que él mismo se dedicó a diseñar y mejorar. El título del tratado podría traducirse como El mensajero sideral, dando a entender que lo único que hace Galileo es ser el mensajero entre los astros y nuestro mundo, mediante las observaciones que realizó a través del telescopio. Los “mensajes” que transmitía eran descripciones de entidades astronómicas desconocidas para la época: cráteres en la luna, satélites de Júpiter, todo un catálogo de nuevas estrellas observadas en el cinturón de Orión y el descubrimiento de que las nebulosas de la Vía Láctea, si eran vistas con el aumento de lentes adecuado, eran cúmulos de innumerables estrellas agrupadas. 

Fue el comienzo de las relaciones ríspidas entre Galileo y la Iglesia Católica y uno de los preludios de la así llamada “revolución científica”. Décadas antes, el sistema heliocéntrico propuesto por Copérnico había provocado polémica, pero las autoridades eclesiásticas encargadas habían resuelto considerar al sistema copernicano como una hipótesis estrictamente matemática, y no como una descripción real del cosmos. Pero Galileo con su “instrumento diabólico” estaba diciendo algo más; el sistema heliocéntrico no solo era un modelo útil para predecir el movimiento de los astros, sino una hipótesis fáctica, que se podía corroborar empíricamente. 

Más de 280 años después de Galileo, en Barcelona, a fines del siglo XIX, Santiago Ramón y Cajal dedicó una buena parte de su tiempo, al igual que Galileo, a la observación de fenómenos naturales. Pero en el caso de Ramón y Cajal, se trataba del mundo microscópico de los tejidos de animales neonatos. Su interés principal estaba en comprender la estructura del cerebro. Para aquel entonces, el científico italiano Golgi había desarrollado un método de impregnación que permitía tener observaciones detalladas de las estructuras del sistema nervioso. La teoría que imperaba era que el cerebro tenía la estructura de un tejido reticular continuo, y las muestras histológicas de Golgi parecían confirmarlo. Sin embargo, Ramón y Cajal, con paciencia y empeño, logró perfeccionar la técnica de Golgi, y sus muestras histológicas permitieron acceder a un grado de resolución mayor, en el que alcanzaban a verse células individuales, que tenían su propia estructura y sus propias extensiones que se comunicaban entre sí. No se trataba de un retículo continuo, como decían Golgi y sus secuaces, sino de una gran conglomeración de células. Un ajuste en la técnica de observación dio como resultado una muestra histológica con imágenes tan distintas que podían hacerse distintas teorías sobre el sistema nervioso. Años después a estas células se le empezaron a llamar “neuronas”. Empezaba a gestarse lo que hoy por hoy llamamos “neurociencia”. 

Galileo y Ramón y Cajal tienen un par de cosas en común. Ambos eran científicos que trabajaban en perfeccionar sus propios instrumentos de observación, ambos pudieron observar estructuras que posiblemente nadie había observado antes y, al darles una explicación, abrieron el camino hacia una nueva forma de comprender un dominio del mundo natural. Galileo lo hizo con los astros, Ramón y Cajal con el cerebro. Pero en este juego de comparaciones, hay una gran diferencia entre ambos. Tiempo después de Galileo, Newton planteó la teoría gravitacional universal, a partir de la cual todas las viejas evidencias recogidas por Galileo y muchxs otrxs científicxs comenzaron a ser interpretadas bajo una nueva concepción que “desplazó” los resabios de la física aristotélica. ¿Existió algo así en las neurociencias? ¿Hubo un marco teórico que interpretó todas las viejas evidencias a la luz de una nueva teoría? ¿Hubo un Newton de las neurociencias? 

Estas son ese tipo de preguntas que tienen sentido si hacemos un poco de filosofía. Y si las ideas filosóficas, como dice Daniel Dennett, son “bombas de intuición” que al explotar despiertan creencias que estaban dormidas, o perturban a las que se daban por sentado, hay un matrimonio canadiense al que le gusta la artillería pesada: Paul y Patrice Churchland. Ambxs son filósofxs de la mente, y elaboraron en conjunto la teoría de que hoy por hoy, con más de un siglo de desarrollo neurocientífico, estamos aún en las vísperas de un proceso en el que las neurociencias revolucionarán por completo todos los cimientos de la psicología más básica del sentido común o “psicología folk”. No es necesario que hayas leído ni un solo párrafo de un libro de psicología. Quieras o no, si vivís en este mundo, tomas partido por la psicología folk. La ponés en práctica todo el tiempo cuando, por ejemplo, crees que vos y todxs lxs demás tienen creencias, recuerdos, que existe la consciencia, que hay algo así como una identidad individual, que las personas tenemos voluntad, que percibimos colores, sentimos dolores, etc. Si vieras a alguien pararse y poner una moneda en una máquina de café, dirías que esa persona tiene el deseo de tomar café y tiene la creencia de que, si pone la moneda en la máquina, va a obtener café, y que, a causa de ese deseo y esa creencia, realiza el movimiento que le permite obtener el café en cuestión. Parece todo muy obvio, ¿no? Bueno, eso es porque heredamos ese sistema de creencias, de la misma manera que un detractor de Galileo en el siglo XVII heredó la creencia de que la tierra permanece inmóvil y los cuerpos celestes giran alrededor de ella ¿Podría suceder que, en un futuro, así como pasó con la física, todo nuestro sistema de creencias más básico sobre la mente humana deba ser abandonado y reemplazado por uno nuevo?

El matrimonio Churchland dice que sí y proponen una doctrina llamada “materialismo eliminativo”. “Materialismo” porque los fenómenos que busca explicar se centran en la materia física, y “eliminativo” porque quiere eliminar del vocablo científico todos los conceptos que no se le ajusten. En el proceso de eliminación, afirman, la psicología folk queda floja de papeles; desde hace siglos que está instalada en una suerte de sentido común universal y no ha dado grandes muestras de avances. Poco ha podido decirnos acerca del sueño, la imaginación, las acciones que involucran coordinación sensorio-motriz compleja, la adquisición de habilidades, el aprendizaje o las enfermedades mentales. Además, no son compatibles con el estudio de las actividades cerebrales. No hay algo así como “creencias” ni “recuerdos” ni una “mente” en el cerebro. Y cabe aclarar que esto no es como el reduccionismo clásico, que diría que la mente existe, pero se reduce al cerebro. El eliminativismo es más despiadado: no existe la “mente”, solo hay cerebros. Creer que detrás del disparo de un grupo de neuronas hay un “recuerdo” o una “creencia” es tan mitológico como creer que detrás de una descarga eléctrica está Zeus. 

¿Pero cómo puede negarse la existencia de algo tan autoevidente como los pensamientos? Quizás sea la pregunta que expresa el mayor disgusto hacia el materialismo eliminativo. Nuestra propia introspección parece corroborar la existencia de creencias, recuerdos y deseos a todo momento. A diferencia de los astros, los átomos o las células, la psicología folk corresponde a nuestra existencia inmediata. No hay que construir ningún telescopio ni un microscopio para corroborar que somos conscientes, recordamos cosas y percibimos colores. Además, la psicología folk resulta ser completamente útil en la organización de la vida social e individual al punto de que si no la tuviéramos, no sabríamos ni por dónde empezar a pensar. Nuevamente, estas quejas, por más válidas que sean, no corroen la posibilidad de que sean análogas a las que le hacían a Galileo o a Copérnico, pero con una diferencia sustancial: así como el sol girando alrededor de la tierra es una ilusión exteroceptiva, el acceso a la psicología folk, podría tranquilamente ser una ilusión introspectiva. Hablar de pensamientos podría ser tan ilusorio como hablar de que “sale el sol”.

Como toda idea filosófica, podés tomarla o dejarla. Quizás el precio que nos pide el materialismo eliminativo sea muy caro; el de sospechar de nuestra psicología folk más básica a cambio de que, en algún futuro, la neurociencia va a poder articular una explicación mejor. Parece ser dar todo a cambio de una promesa. Pero incluso en el caso de que prefieras rechazarla, si una idea filosófica es buena, al menos tiene que dejarte la molestia de una duda. La duda eliminativista alcanza la velocidad del vértigo cuando nos muestra que, en la historia de las ciencias, todas las teorías del sentido común fueron, tarde o temprano, reemplazadas por una teoría científica. Parecería milagroso que la psicología folk sea una excepción. Y si no es la excepción, podemos imaginarnos un futuro en el cual decir cosas como “perdón, ayer me enojé”, tenga que ser reemplazado por frases como “perdón, ayer las neuronas de mi amígdala ventromedial se dispararon de más”. O podría suceder que la psicología folk se siga utilizando en el habla cotidiana, a pesar de que sepamos que se trata de una gran ilusión compartida.