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#7 En clave digital
En clave digital
En clave digital
“En años recientes, varias compañías han presentado aplicaciones de software y páginas web que ofrecen música en stream a los oyentes a través de internet. Algunos han proclamado esto como la «salvación» del negocio musical” Afirma el músico David Byrne en su libro “Cómo funciona la música”.
Por supuesto, desde un punto de vista económico, ambiental y de acceso, tener toda la música del mundo al alcance de un click sin gastar mucho dinero, sin perpetuar los costosos efectos ecológicos de la distribución material de la música y sin incurrir a las descargar ilegales en detrimento de los intereses de nuestrxs artistas favoritxs, suena a utopía.
Estos servicios, ofrecidos por las plataformas de streaming, han pasado a ser la forma predilecta de consumir este arte, siendo que en el año 2018 han producido el 75% de las ganancias de la industria discográfica, superando a las de las descargas legales y a los formatos físicos en conjunto.
Este notable éxito no ha surgido de la nada. Tomemos el caso de Spotify. Esta plataforma digital -que la mayoría utiliza - reproduce música con anuncios publicitarios intercalados que desaparecen si accedemos a pagar una cuota mensual, habilitándonos al acceso irrestricto e instantáneo a un catálogo musical que abarca a aproximadamente 50 millones de tracks, desde dispositivos que no pesan más de 200 gramos, contando además con sofisticados algoritmos de recomendación, brindándonos toda una nueva experiencia que nos acerca a nuevos artistas, discos y canciones que desconocíamos, además de otros servicios como la realización de informes anuales acerca de los géneros, canciones y músicos más escuchados por cada individuo.
Estas características significan una novedad y un aparente beneficio para el consumo musical.
Por otra parte, desde la perspectiva de lxs músicxs, el streaming en general ha permitido aumentar, hasta cierto grado, la igualdad de condiciones de distribución musical. En principio, todos parten de la misma base: cualquiera puede acceder a estar en Spotify, Bandcamp o Soundcloud y lograr que su música llegue a miles de kilómetros de distancia sin pagar los elevados costos de distribución.
Pero todos estos beneficios vienen con un lado B: gran parte de la experiencia de escucha musical reproduce una característica común en el uso diario de la tecnología. Los algoritmos de recomendación que condicionan, en gran medida, a nuestro recorrido musical son un secreto empresarial y, por tanto, representan una caja negra. No sabemos casi nada de cómo estos operan, nuestra incidencia en su funcionamiento es nula, y aunque tengamos la ilusión de tener todo el catálogo musical del mundo en nuestro bolsillo, la realidad es que la dinámica de funcionamiento de la música por streaming nos convierte más en inquilinos que en verdaderos propietarios. Estos últimos terminan siendo, en definitiva, las empresas, y la música que escuchamos, y aquella que es descargada, solo puede ser accedida por medio de ellas. Si, por alguna razón, una de estas empresas quebrara, o decidiera retirar una obra de su catálogo, el acceso a dicha obra quedaría anulado. Un ejemplo de cómo no somos propietarios de lo que consumimos a través de estos formatos digitales es el caso de la novela 1984 de George Orwell, que fue retirada de los Kindles de los usuarios (que habían pagado por ella) una vez que Amazon decidió retirarla de su catálogo.
Otro efecto peligroso de la tendencia creciente de escucha musical en formatos de streaming, con Spotify a la cabecera, se traduce en una concentración de poder que sigue dejando en una situación de vulnerabilidad a lxs músicxs. Por un lado, a estos no les queda otra opción que estar a merced de esta empresa y a las pautas que ésta impone: una banda o solista que desea destacar en esta plataforma, deberá aparecer en una playlist, afectando sensiblemente a los modos en cómo se concibe a la producción del material musical. Si en algún momento la obsesión era sonar en una estación de radio importante, hoy pasa por aparecer en una de las playlist más populares de la plataforma.
Por otro lado, si bien es cierto que con la música digital se evitan costos de manufactura, transporte y almacenaje propios de la música en formato físico, esto no supone un beneficio para lxs artistas, sino para las empresas intermediarias. Este punto ha sido objeto de críticas de figuras dentro del manistream musical como Thom Yorke y Taylor Swift, que de hecho intentaron resistirse a este formato, resaltando que se otorgan grandes sumas de dinero a los dueños del copyright, dejándole sólo una porción mínima al artista.
Todas estas nuevas reglas del juego demandan la necesidad de un involucramiento activo de parte lxs trabajadores de la música, con vistas a que las nuevas e interesantes herramientas tecnológicas puedan servir para su empoderamiento y una mejora en las condiciones laborales, y para impedir que la capacidad de decidir cómo se reparte la torta quede reducida a un monopolio empresarial.
Aunque pueda llegar a dar la impresión de que el streaming llegó para quedarse, también podemos pensar que es un eslabón más de la fluctuante mutación tecnológica que caracteriza a la época en la que vivimos. Si actualmente, el único archivo que tenemos para la nueva música es el digital, y las encargadas de guardar y distribuirlo son empresas privadas ¿qué valor estamos delegando en ellas?, si llegara a existir un problema ¿cuántos nuevos discos podrían quedar perdidos en la infoesfera? ¿Qué podríamos hacer para impedirlo? Preguntas que ciertamente nos sitúan ante el desafío de generar nuevas herramientas críticas para cuestionarnos cómo hacer para cuidar nuestra cultura y a nuestrxs artistas en la era de la información digital.