Ciber chorros

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Uno de los temas predilectos de las secciones de Tecnología de los medios de comunicación tradicionales es el de la Seguridad Informática. Las notas que tratan este tema suelen ser en realidad una excusa para demonizar al movimiento hacker o bien una presentación de herramientas para ‘protegerse’ de sus integrantes. Un primer error en el que incurren es la indistinción entre hacking y delincuencia informática: el primero es un movimiento que busca subvertir la funcionalidad de tecnologías; mientras que la segunda es el incumplimiento de regulaciones relacionadas a lo tecnológico (y se suele referir a algunos delitos en particular, como el robo de datos personales o la piratería). Si bien muchas veces los hackeos transgreden la ley, no son sinónimos. Hay hackeos legales, y delitos informáticos no muy hackers. Pero más allá de esta indistinción, esas notas son expresión de una tendencia a enfocarse en ciertos problemas y encubrir otros mucho peores. ¿Qué representa un mayor peligro para nuestro bienestar: la delincuencia informática o los monopolios informáticos?  

Lo interesante es que este no es el único campo en el que se manifiesta esta tendencia. Miremos el caso de la delincuencia callejera. Una investigación del Economic Policy Institute muestra que mientras los robos callejeros (en Estados Unidos) en 2012 causaron a sus víctimas un costo total anual de 14 billones de dólares, las faltas en el pago de salarios (estimadas en 2009) causan uno de 50 billones de dólares, más del triple1. Y eso sin contar las transgresiones cometidas en los países de donde obtienen mano de obra barata. Si bien no tenemos datos para hacer una comparación de este estilo en Argentina, no sería sorprendente que se repita el mismo fenómeno. Pero el análisis no termina acá: así como la delincuencia empresarial triplica a la delincuencia callejera, el robo que se comete dentro de los márgenes del sistema capitalista es aún mayor. [...] Si bien estos números muestran cómo la delincuencia empresarial y la explotación capitalista son mucho más dañinos para el bolsillo trabajador que la delincuencia callejera, las dos primeras prácticamente no reciben atención mediática, a diferencia de la tercera. Tal es así que naturalizamos la existencia de secciones periódicas dedicadas exclusivamente a delitos callejeros y policiales , pero parecería ridículo pensar en una sección dedicada a delitos empresariales.            

A partir de estos datos resulta inevitable preguntarse por los que serían sus equivalentes en el mundo digital. Así como la delincuencia callejera no implica un daño tan grande como la delincuencia patronal, ¿no será también que la delincuencia informática no genera un daño tan grande como aquellos delitos cometidos por grandes monopolios informáticos al momento de manejar nuestros datos? Basta ver el escándalo de Cambridge Analytica para ver cómo ponen en juego los valores más básicos de la democracia republicana. Pero así como el daño que realizan los monopolios económicos no se limita a sus infracciones a la ley, tampoco la violencia de los monopolios informáticos consiste únicamente en sus ilícitos. Es cada vez más evidente el carácter perverso del sistema que legítimamente registra todos nuestros movimientos (o todos los que puede) y construye perfiles publicitarios para mantenernos sumisxs y consumiendo2. Como dice Paul B. Preciado, 

“Si tras el brillo de la plata de Potosí se ocultaba el trabajo exterminador de la mina colonial en el siglo XVI, tras el brillo de las pantallas, se ocultan hoy las formas más extremas de dominación neocolonial, tecnológica y subjetiva” 3.

¿Pero cuál es la causa de este fenómeno?¿Por qué la atención recae en estos actos aislados en vez de sobre los más perjudiciales y de carácter sistémico? Propongo tres posibles explicaciones:

  1. Como un sesgo cognitivo, tendemos a ponderar más un único ataque intenso que un malestar menor pero constante. Aquello a lo que estamos acostumbradxs pasa más desapercibido, aunque a fin de cuentas implique un daño mayor. En caso de ser acertada esta hipótesis, tendría que llevarnos a intentar evitar este sesgo y prestarle especial atención a los malestares que nos genera este sistema.

  2. Los intereses de los medios masivos de comunicación están alineados con los de los sectores responsables de la violencia estructural, principalmente por ser ellos parte. Por supuesto que las grandes cadenas televisivas no van a exponer el tremendo daño que causan junto con otras grandes empresas, así como las redes sociales tampoco van a ser entusiastas de la denuncias a su propio proceder. Este fenómeno es particularmente interesante cuando vemos la tendencia a la concentración del tráfico online. En los 90, este estaba disperso y los blogs independientes eran moneda corriente. Hoy en día, la gran mayoría del contenido online se produce y consume en redes sociales pertenecientes a los grandes monopolios. 

  3. El sentido común capitalista entiende a la sociedad como un mero conjunto de individuos, en vez de como una estructura compuesta por las relaciones entre sujetos. Así, promueve los análisis de casos aislados, o a lo sumo casos agrupados, por sobre los análisis estructurales o de tipo sistémico. Es decir, la ideología dominante da más importancia a los hechos por separado que a cómo se componen, cómo interactúan.

Cada vez más se vuelve crucial prestar atención al daño (económico, físico, ambiental, político, subjetivo) que realizan los grandes grupos económicos e informáticos, y a los mecanismos que utilizan para distraer nuestra atención de quienes son nuestros verdaderos enemigos. Evidentemente hay dinámicas de concentración de poder que les posibilitan hacer mucho daño sin recibir una condena social acorde, e incluso sin violar la ley. Capaz no se trata tanto de si una práctica es legal o ilegal, sino de a quiénes beneficia. Quizás sea hora de correr el eje de la discusión, de dejar de hablar de legalidad y empezar a hablar de intereses.