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Cibernética, responsabilidad y política
Cibernética, responsabilidad y política
Cibernética, responsabilidad y política
“Pero yo no lo maté, ¡tan sólo moví el dedo!” es una excusa que no compra ningún juez. ¿Y por qué no? ¿Dónde está lo ridículo? Si el único movimiento corporal de una persona es el de un dedo, ¿en qué sentido podemos atribuirle la responsabilidad de una muerte? Lo que a simple vista parece obvio es en realidad relativamente complejo. Resulta que en la mano había un arma de fuego, cargada, y que el movimiento de dedo arrastró con él a su gatillo. Resulta además que la presión sobre el gatillo suelta un percutor que al impactar la bala hace combustionar la pólvora. La combustión aumenta la presión en el barril y la bala se proyecta hacia adelante. Al llegar esta a cuerpo ajeno, destruye tejido pectoral hasta llegar al corazón. El corazón, una vez perforado, es incapaz de seguir irrigando sangre al resto del cuerpo. El movimiento de dedo, por el contexto preciso en que se llevó a cabo, y por el funcionamiento de su entorno, desencadena una serie de eventos que termina poniendo fin a las funciones biológicas de la persona que se encontraba enfrente.
En general no explicitamos toda la cadena de eventos, porque la tenemos tan asumida que hasta contamos con términos abstractos que anexan el movimiento de dedo a los hechos posteriores, como “disparar” o “matar”. Sin embargo, es preciso considerar exactamente el razonamiento implícito que sucede en esos casos obvios para poder extrapolarlos. Hay situaciones más complejas y menos obvias en que también es muy fácil lavarse las manos y desresponsabilizarse de los efectos de las propias acciones.
Stafford Beer fue impulsor del proyecto Cybersyn, que buscaba diseñar modos controlados de transición al socialismo durante el gobierno de Salvador Allende en Chile, mediante los principios de la cibernética. Explica este tipo de razonamientos desde una perspectiva sistémica. Si hacemos el esfuerzo de pensar al entorno de una persona como un sistema abierto, la perspectiva se aclara. Un sistema abierto es algo cuyo modo de funcionar depende de su input. En este caso, cualquier estado en que se encuentre la persona, es decir, sea lo que sea que haga, funciona como input del sistema “entorno”, porque están acoplados. La mayoría de las acciones de las que hablamos cotidianamente incorporan elementos externos a las personas, es decir, hablan de efectos que estas tienen en momentos específicos respecto de las trayectorias de su entorno. “Arrojar”, “disparar”, “matar”, “perjudicar”, no son reducibles a estados y movimientos corporales, dependen de cómo funciona el mundo exterior, y del estado y contexto en que una persona se movió de determinado modo. A nivel filosófico, una vez que se comprende esto, se amplía la noción de la responsabilidad. Los efectos que pueden tener las personas sobre su entorno son muchos más, y mucho más complicados, que aquellos para los cuales tenemos verbos. Los verbos asociados a acciones no son más que una herencia milenaria de tiempos en que contábamos con muchas menos herramientas para predecir nuestros efectos sobre las trayectorias de nuestro entorno. Hoy podemos aumentar nuestra claridad al respecto.
En el libro “Power, Autonomy and Utopia”, del año 1986, Beer ofrece un ejemplo muy gráfico: “Lo primero que sucede cuando un joven es enviado a prisión en California es que es violado. Y eso es bastante general, [...] es un hecho”. A continuación, se pregunta qué pasaría si el juez confrontara la realidad desde una perspectiva sistémica y asumiera la responsabilidad de decir “Te encontraron robando 20 dólares. Estás sentenciado a ser violado.” En ese caso, dice Beer, sería un grave problema de derechos humanos. Una vez adoptada la responsabilidad sistémica, deja de ser posible lavarse las manos respecto de los efectos de las acciones. Todo lo que se hace se hace en marco de un sistema, no es moralmente lícito ignorarlo.
Por supuesto que los sistemas sociales incluyen agencia de otras personas y mucha complejidad. Pero esto no valida la desresponsabilización, menos aún cuando la acción ajena es relativamente esperable o predictible. No es lícito desentender la propia acción del funcionamiento del entorno en la cual se enmarca. Es, en todo caso, una forma de chauvinismo lingüístico.
Esto lleva a nuevas preguntas. ¿Qué pasa si hacés una reforma grande en un sistema económico? Nacionalizás el cobre, como hizo Allende, o hacés una reforma agraria, o simplemente obstaculizás un poco los intereses de ciertos poderes. El funcionamiento del sistema latinoamericano lleva a efectos predictibles. El imperialismo va a hacer un bloqueo económico que causará el hambre de tu pueblo. La oligarquía va a atacar las instituciones civiles y acaparar stock para poner leña al fuego de la crisis económica. Si en lugar del juez, fuera el líder político latinoamericano quien confrontara la realidad, como propone Beer, ¿qué diría? ¿Voy a causar una crisis económica? ¿Voy a hambrear al pueblo? ¿Cómo puede salirse de esta crisis? ¿La solución es bajar la cabeza? ¿Caer en el quietismo?
La quimera Laissez-Faire
Otro efecto, en términos de análisis político, de la responsabilidad sistémica, es que el concepto de “liberalismo” se vuelve falaz. Desde una perspectiva sistémica, las relaciones entre sistemas son funcionales, no causales o metafísicas. Esto significa que lo que se observa tiene la forma “si el sistema A está en el estado X, el sistema B va a evolucionar del modo Y”, no “Si A hace X, causa Y en B”. La noción de “causa” no tiene una definición empírica clara, y por lo tanto está sujeta a la arbitrariedad de quien quiera definir una relación funcional como causal o no. La causalidad sirve para evadir la responsabilidad de todas las relaciones funcionales que se elija no definir como causales. Por otra parte, cuando se perciben relaciones funcionales, no hay concepto posible de inacción. Todos los estados de un sistema tienen trayectorias asociadas en los sistemas conectados.
Desde esa perspectiva, entonces, no existe el concepto de “intervención” o “falta de intervención” estatal, porque no hay inacción. El liberalismo, como postura que dice “no intervenir” sobre la economía, no tiene cabida posible cuando confrontamos la realidad desde una perspectiva sistémica. Es un concepto que no tiene sentido en ese marco de pensamiento. Cuando percibimos sólo la relación funcional entre estados del Estado y la trayectoria del sistema económico, toda política tiene un funcionamiento asociado de la economía, incluidas las políticas llamadas “liberales”. Al confrontar la realidad y comparar con otras, estas políticas concentran el poder económico y político en las manos de unos pocos.
Al adoptar una forma de responsabilidad sistémica, tenemos un compromiso moral con la comprensión de los sistemas a nuestro alrededor, los modos de afectarlos que tenemos a disposición y sus respectivos efectos. Pero para un mismo sistema, puede haber modelos distintos. Hay cosas que se muestran y se ocultan según el modelo. Hay soluciones a problemas visibles desde ciertos modelos y no desde otros. Hay problemas prácticos, a nivel moral, que son producto de los modelos a partir de los que se percibe la realidad.