Cómo entender las emociones

Breve introducción al networkismo.

Te despertaste siendo psiquiatra en un mundo distinto. En este mundo paralelo, ver azul es doloroso. 

Llega un paciente a tu consultorio y te cuenta que ve azul todos los días. Vos lo anotás en tu libreta y él, desesperado, te pide un diagnóstico. ¿Qué hacés?

Quizás su cerebro funciona mal, pero yo empezaría por averiguar de qué color son las paredes de su cuarto.

Profundizar esta idea es cambiar de paradigma. Hoy vamos a desglosarla en cuatro principios fundamentales. 

Estos principios nos acompañarán en nuestro estudio de las emociones durante las próximas semanas, y también después, cuando estudiemos cómo funcionan el poder económico, los sistemas morales y las comunidades humanas.

El ensayo de hoy es extenso y sienta algunas bases teóricas y fundamentos del paradigma networkista. Considerar estas ideas permite enfrentar mejor los desafíos del presente.

Te recomiendo leer todo, pero los puntos 1 y 4 son más sencillos, menos teóricos, y son suficientes para introducir el análisis que haremos sobre las emociones en las próximas semanas.

1. Entender qué no entender

El cerebro es complicado. Está lleno de procesos intrincados y variables caóticas. Es difícil responder por qué alguien ve azul mirando el cerebro. Requiere considerar relaciones multicausales e inabarcables entre los nervios ópticos, la corteza visual, neurotransmisores y receptores.

Sin embargo, sabemos que la evolución afinó la maraña cerebral durante millones de años para que percibamos azul cada vez que hay algo azul frente a nosotros. Una relación lineal y robusta emerge del enredo: es esperable ver azul frente a algo azul.

No hace falta apuntar una lupa al cerebro para entender que casi todos ven azul porque hay algo azul enfrente. Los episodios psicóticos existen, pero son la excepción y no la regla. 

Para la mayoría de los pacientes, detenernos en su corteza visual es contraproducente. En el mejor de los casos, retrasará la fácil solución de repintar las paredes de su cuarto. En el peor, diseñaremos pastillas y electrocuciones para que perciba roja una pared azul, contra millones de años de cableado incomprensible. Corregir a lo bruto un cerebro sano es un esfuerzo monumental, infructuoso y destructivo. 

Como psiquiatra en este mundo alternativo, no tenés que entender todo. En la mayoría de los casos, sólo tenés que saber que el cerebro ve azul, incorregiblemente, cada vez que hay algo azul enfrente. Nada más. La vida, la evolución y la homeostasis se encargan de que así sea.

En las próximas semanas, presentaremos los patrones simples que siguen las emociones. Somos seres sociales y nuestro cerebro está cableado para vivir en comunidad. Así como la vista evolucionó para percibir frecuencias de luz, las emociones evolucionaron para percibir nuestra red social. 

A diferencia de la luz, la red social estuvo oculta para la ciencia moderna durante siglos. Recién cuando se popularizó la computación fue que pudimos usar la teoría de juegos y la teoría de grafos para comprender científicamente los vínculos humanos. Entonces pudimos notar patrones simples que solían ser invisibles.

Con los aportes de Axelrod y Hamilton, aprendimos que algunas emociones promueven la colaboración. La gratitud percibe que alguien hizo algo bueno por nosotros y nos pide retribuirlo, el enfado percibe que alguien hizo algo malo contra nosotros y nos incita a penalizarlo, y la culpa percibe que hicimos algo malo y nos impulsa a compensarlo.

Con observaciones recientes en teoría de la conducta y psicología sistémica, aprendimos que otras emociones perciben nuestro lugar en una comunidad. La felicidad percibe que estamos bien situados y nos hace sentir bien, y la depresión nos duele porque percibe que ocupamos un lugar desfavorable. Otras emociones perciben nuestro movimiento en una comunidad. El entusiasmo percibe que estamos ganando centralidad y nos hace sentir bien, y el estrés nos duele porque percibe que la estamos perdiendo.

Muchas emociones evolucionaron para percibir la red. La envidia percibe que otro consiguió tanta centralidad que nos perjudica, y la admiración percibe que otorgarle centralidad a alguien será beneficioso. La vergüenza nos sugiere buscar un buen escondite hasta que los demás dejen de pensar en nuestro error, aprovechando los límites de la atención humana mucho antes de que los comprendiéramos científicamente.

Todos estos patrones tienen excepciones, como la del paciente que ve azul sin que haya azul. Los psicópatas no sienten culpa ni vergüenza, los esquizofrénicos sienten euforia sin mejorar su posición social, y muchas personas permanecen deprimidas en comunidades que los cuidan y contienen. 

Aunque estas excepciones existan, son una minoría ínfima. Para entender las emociones, primero hay que mirar la red. Sólo es adecuado hacer zoom en el cerebro después de asegurarnos que estamos frente a una excepción.

2. La sencillez de las redes vivas

En el punto anterior, observamos que el cerebro es complicado pero ver azul es simple, para después advertir que las emociones son tan simples como ver azul.

Ahora veremos que esa simplicidad emergente es una propiedad natural de todas las redes vivas. Este punto y el siguiente no son necesarios para entender las emociones, pero exponen el fundamento conceptual de nuestro enfoque. Si te parecen engorrosos o demasiado abstractos, sentite libre de saltar directo al punto cuatro.

Cuando hacemos zoom en el cerebro, vemos que las neuronas también tienen una simplicidad emergente.

En el nivel de las células, las neuronas son terriblemente complejas. Su respiración, metabolismo y expresión génica dependen de infinitas interacciones electroquímicas para las que estamos lejos de tener un modelo unificado. 

Sin embargo, en el nivel del cerebro, las neuronas siguen un patrón simple: disparan un potencial de acción cuando superan un umbral de carga. 

Las neuronas existen porque el cerebro funciona, y el cerebro funciona porque las neuronas siguen invariablemente el mismo patrón. Es más, sólo hablamos de neuronas, o de ecosistemas, de cultura, de cuerpos, o de vida, porque cada una de estas cosas tiene invariantes estables que podemos identificar: las neuronas se disparan cada vez que otras neuronas las cargan lo suficiente, las personas ven azul cada vez que tienen algo azul enfrente, las personas se enfadan cada vez que las traicionan.

Cada neurona es un sistema vivo, equilibrado, robusto y confiable. Aunque la temperatura en el ambiente varíe, aunque varíen la cantidad de calcio y potasio que ingerimos, aunque varíe el nivel de oxígeno en sangre, las neuronas casi siempre se disparan cuando deben hacerlo. El invariante sobrevive al ruido porque hay un sinfín de mecanismos homeostáticos que reducen la volatilidad de la neurona para que se dispare en el momento adecuado. El rol de la neurona es preservar el invariante aún si varía la composición química de su citoplasma.

La homeostasis, la reducción de ruido y la consecuente preservación de invariantes simples son propiedades necesarias para que existan las redes vivas. Incluso antes de conocer invariantes simples de algunas redes como la cultura, la sociedad o la economía, podemos confiar en que están ahí, porque sin ellos las redes no sobrevivirían en el tiempo y nunca llegarían a formarse. 

Dado que la propia neurona mitiga el ruido para cumplir con su invariante, no hace falta hacer zoom en su citoplasma para saber cuándo va a dispararse. Es suficiente observar cuánto la cargan las neuronas a su alrededor.

Este razonamiento sólo vale para los aspectos de la neurona que forman parte de su “interfaz estable” con el cerebro. No sirve para predecir cuándo producirá qué proteínas ni para modelar su expresión génica, porque estos no forman parte del invariante simple que la neurona cumple en el cerebro (dispararse en el momento adecuado), sino que son parte de los medios enmarañados para que la neurona cumpla su fin.

Además, existen excepciones. Si el citoplasma tiene un virus, o el genoma sufrió una mutación, es posible que la neurona deje de cumplir con su invariante. En las excepciones, no es suficiente superar un umbral de carga para que la neurona se dispare. Como ya lo adelantamos en el punto anterior, en la mayoría de los casos hay que entender qué no entender.

Lo mismo sucede con las personas. Formamos redes sociales que dependen de nuestro cumplimiento de invariantes simples. Nuestras emociones, heurísticas cognitivas, y nuestras decisiones de cómo vincularnos a niveles productivo o amistoso forman parte de nuestra interfaz estable con la red social. 

Al igual que en el ejemplo de la neurona, casi nunca es necesario entender la crianza, la composición genética, la alimentación ni los niveles de serotonina en el cerebro para comprender las emociones de una persona. La psiquis humana está preparada para mitigar el ruido y cumplir sus invariantes. Las excepciones sólo suceden cuando el ruido es demasiado grande.

Lo dicho hasta ahora implica dos cosas respecto de la humanidad. La primera es que podemos entender las redes sociales, vinculares, productivas o comerciales con modelos simples de las personas, porque los procesos sociales dependen de invariantes simples que cumplimos siempre. La segunda es que el modo más fácil de entender los aspectos de la persona que le importan a la red, como nuestras emociones, nuestra motivación o nuestros valores, es mirar la red. 

Este giro es radical. Para el biólogo molecular, la neurona es un monstruo metabólico intratable. Para el neurocientífico, es una cosa simple que integra y dispara. El modelo neurocientífico alcanza para entender muy bien el cerebro. El networkismo implica hacer lo mismo con la red social.

Hay una última observación esperanzadora.

La célula es más complicada para el biólogo molecular que el cerebro para el neurocientífico. En otras palabras, cuando entendemos a las neuronas desde su invariante estable, la red neuronal es una red más simple que la maraña de metabolismo, expresión génica y electroquímica celular. La célula lleva evolucionando miles y miles de millones de años. Tuvo miles de millones de años para enredarse, calibrarse y complejizarse. Además, la mayoría de sus partes simples no están vivas, lo que implica que no preservan invariantes robustos homeostáticamente, y que por lo tanto son variables y caóticas.

En cambio, los primeros cerebros aparecieron hace quinientos millones de años. Llevan enredándose menos tiempo y sus partes componentes (las neuronas) siguen invariantes estables. Por eso nos es más fácil construir modelos funcionales de redes neuronales que modelos de células.

De la misma manera, las comunidades humanas son redes más simples que el cerebro y el cuerpo humano. Existen apenas hace algunos cientos de miles de años. Tuvieron poco tiempo para enredarse y complejizarse.

Entender la humanidad desde las redes es como ver la matrix. Lo que parecía complicado se vuelve simple y claro. Las próximas semanas vamos a analizar las emociones, los sucesos sociales e históricos y el funcionamiento de la economía desde la perspectiva de la red. No te lo pierdas.

3. Cuidar lo ingobernable

Las redes vivas no son como las máquinas. 

Sus invariantes son fortalezas, pero también son obstáculos que debemos respetar.

Sabemos que los invariantes robustos dependen de mecanismos homeostáticos enredados e inabarcables.

Luchar de frente contra estos invariantes es como intentar detener las malezas con cemento. La vida es más fuerte. La maleza quiebra el cemento.

A diferencia de las máquinas, las redes vivas son ingobernables.

El término “gobierno”, como el término “cibernética”, viene de la palabra griega para “timonel”. Los sistemas gobernables son los sistemas que nos obedecen. Suelen ser sistemas modulares, es decir, poco enredados, como las fábricas, los chips, las computadoras o los mecanismos de engranajes y poleas. Son sistemas simples y dóciles, porque no tienen la inercia de la vida, que cumple sus propias leyes por mecanismos homeostáticos incomprensibles e inapelables. 

Los ecosistemas, la economía y la cultura humanas son redes vivas, y por lo tanto, sistemas ingobernables. No podemos modificar sus invariantes como un ingeniero que arma y desarma una máquina para que funcione como quiere. 

No podemos gobernar las redes vivas, pero las podemos cuidar y conducir.

La ciencia moderna tuvo como paradigma al ingeniero. La ciencia networkista erige la figura del jardinero.

Enfrentar a los invariantes estables es infructuoso y destructivo, como quien busca que un cerebro vea azul frente a una pared roja. Cuidar un sistema vivo es guiarlo y acompañarlo. El jardinero comprende y respeta el funcionamiento de la red, y guía las fuerzas de la vida para que el sistema funcione del mejor modo posible.

Para ser un jardinero hay que entender la red. Hay que conocer sus invariantes y sus equilibrios, entender qué cosas no hace falta entender, comprender cómo guiar el tejido del jardín para mitigar el crecimiento de las cosas malas y fomentar el crecimiento de las cosas buenas.

La diferencia entre lo utópico y lo revolucionario radica en la comprensión de la red. Las utopías marxistas, la psiquiatría norteamericana, las políticas liberales, el derecho ilustrado y las campañas de concientización son enfoques ingenieros, enfoques de timonel. Son naturalmente infructuosos y potencialmente dañinos al intervenir sobre redes vivas.

Comprender las redes nos permitirá construir utopías nuevas y plausibles, jardineras, sin caer en los puntos ciegos de los paradigmas anteriores. Construir utopías vivas es construir utopías poderosas, que hacen propia la robustez e implacabilidad de la propia vida.

4. Buscar la distorsión

De nuevo sos psiquiatra en nuestro mundo paralelo. De repente, muchos pacientes empiezan a ver como azules a cosas que en realidad no son azules.

Antes, cuando eran un puñado de excepciones, asumías que las personas que veían azul incorrectamente estaban alucinando, y revisabas sus cerebros para identificar qué andaba mal.

Pero ahora son demasiados. Es estadísticamente imposible que tantos cerebros hayan mutado al mismo tiempo. Sabés que los cerebros están preparados para preservar el invariante robusto de ver azul cuando los ojos reciben luz azul, y no hubo tiempo suficiente para que la evolución modificara este funcionamiento a gran escala.

No es posible que tantos cerebros hayan dejado de cumplir con su invariante de un momento a otro. Lo más probable es que algo haya cambiado en el entorno.

Bajo el agua clara, o cuando hay mucha neblina, las paredes blancas se ven azules. El cuerpo humano, tras millones de años de afinación, está poderosamente diseñado para ver azul lo que es azul afuera del agua y sin neblina

Un cerebro sumergido es tan incorregible como el cerebro sobre la superficie, porque es el mismo cerebro. Enfrentar la epidemia de gente que ve azul corrigiendo cortezas visuales para que vuelvan a ver blancas las paredes es como intervenir un cerebro para que vea azul una pared roja.

La epidemia no se debe a que muchos cerebros empezaron a andar mal, sino a que están funcionando en un entorno distinto al entorno para el que se adaptaron. Como su funcionamiento es robusto e ingobernable, resolver el problema requiere comprender la distorsión, o bien para sacar a la persona del agua o la neblina, o bien para diseñar lentes que permitan ver mejor en el nuevo contexto sin freir el cerebro en el proceso.

En la actualidad, hay una epidemia de ansiedad y depresión que afecta sobre todo a las personas jóvenes. Crecen el estrés laboral, los trastornos alimenticios, la ludopatía y las adicciones. No son cerebros que andan mal, se trata de un entorno que cambió.

Cuando nuestro cerebro evolucionó, las comunidades tenían como máximo 200 personas. Hoy, cuando nuestras emociones perciben la red social, tienen una “neblina” que les permite ver 200 personas como máximo. Esto genera distorsiones al percibir nuestro grado de centralidad y causa epidemias de depresión.

Asimismo, las jerarquías económicas actuales son más grandes e inestables que las jerarquías comunitarias en las que evolucionamos. Las emociones que perciben nuestro movimiento en las redes, como la euforia, el estrés y la ansiedad, eran excepcionales en las comunidades pequeñas y estables. Hoy se vuelven la norma y pueden causar úlceras, problemas cardíacos y episodios de manía.

Al estudiar las emociones desde la perspectiva de la red, también vamos a estudiar sus distorsiones, para entender por qué nos sentimos como nos sentimos. 

Para finalizar el ciclo de ensayos sobre las emociones, vamos a presentar una utopía plausible: cómo construir un mundo que nos haga más felices.

¡Hola!

Soy Juan, autor de la nota que acabás de leer. Si te interesa la propuesta, probablemente le interese a algún amigo o amiga tuyos. Sólo con recomendar esta newsletter me ayudás un montón.

Esta nota fue una introducción al pensamiento networkista. En las próximas semanas, vamos a analizar la depresión y la felicidad, la ansiedad y la euforia, el enfado y la culpa, y varias otras emociones desde la perspectiva de la red. Con ello, vamos a entender sus distorsiones, y finalmente proponer una utopía plausible que nos haga más felices. 

Si te interesa el networkismo y te impacienta saber más, acá hay una larga e improvisada exposición del paradigma networkista. De cualquier manera, la idea es enviarte las ideas más importantes por acá.

Una cosa más: llevo redactados seis de siete capítulos de un libro de economía networkista. Estoy pensando si enviarlos por acá (podría ser después de terminar el análisis de las emociones, o en algún otro día de la semana). Otra opción es editarlos como libro y organizar algún evento de lanzamiento. Si te interesa o se te ocurre algo, escribime y charlamos.

Por último, con algunos compañeros estuvimos pensando en armar un curso presencial de networkismo en Buenos Aires. La próxima semana enviaremos más noticias, pero si te interesa participar de las conversaciones podés escribirme y te sumo al grupo de Whatsapp.

Un abrazo grande y muchas gracias,

Juan