Cómo reescribir la historia

Cómo reescribir la historia

El lenguaje conjugado

La lingüística nació con Saussure, y dejó trucos que quienes supieron aprender de él pudieron usar: Los significados de las palabras evolucionan con el tiempo, pero las letras y los símbolos que componen todo lo que escribió el pasado se quedan quietas. Una buena comprensión de las leyes del significado permite, en principio, manipular a gusto lo que cada término quiere decir. De este modo, no hace falta reescribir la historia para reescribirla, basta simplemente con cambiar el significado de los términos ya escritos. Inmóviles e impotentes, pese a la rabia de la filología, las letras de la historia se vuelven objeto de las picardías lingüísticas.

Así razonó, en algún momento, un grupo de estructuralistas con ganas de divertirse. El sentido del lenguaje, se decían, depende de su estructura, es decir, del conjunto de relaciones que guardan los términos entre sí. Cada uno de ellos tiene relaciones de similitud con otros, pero tiene también relaciones de diferencia. Las relaciones de similitud permiten definir el significado por sinonimia, pero las de diferencia determinan la identidad propia de cada término. A veces, es sólo a partir de la oposición que un término puede adquirir significado. Por ejemplo, para dar sentido a lo “frío” es necesario tener el concepto de “calor”, y para poder hablar de lo “malo” tenemos que contar con el concepto de lo “bueno”. Sin embargo, no siempre son entre opuestos las diferencias que hacen al sentido de los términos. Por ejemplo, en nuestro idioma tenemos dos números gramaticales: el singular y el plural. En cambio, el sánscrito tiene tres: el singular, el dual (para referirse a pares de cosas), y el plural (para referirse a más de dos cosas). La existencia y uso difundido del concepto de “dual” modifica el significado de “plural”. Lo plural, que en un caso era lo no singular (más de uno), en el otro es ni singular ni dual (más de dos). Si se lograra, por ejemplo, volver a popularizar el número gramatical dual, todo lo que estaba formulado en plural pasaría, automáticamente, a referir a tres o más cosas, incluso si la intención original de quien había escrito era referirse a dos.

El caso de lo singular y lo plural, aunque ciertamente interesante, no fue el primer objeto de sus experimentos. Había algo que hacer con mayor urgencia. Podía incorporarse no un número, sino un nuevo género gramatical. Del mismo modo que una incorporación del número dual modificaría el significado del plural, la adopción del lenguaje inclusivo cambiaría lo que quiere decir el plural masculino. Este último, que una vez se utilizaba para referirse a los grupos de género mixto o puramente masculino (por oponerse al plural femenino), pasaría a referir sólamente a los grupos compuestos en su totalidad por hombres. Por ejemplo, si existiera decir “todxs” además de “todas”, cada vez que se dijera “todos” es porque se estaría eligiendo hablar exclusivamente de varones.

De este modo se propusieron reescribir la historia castellana, especialmente a las escenas clásicas de amor. Cada vez que en Cervantes aparecieran frases del tipo “Grandes fueron y muchos los regalos que los desposados hicieron a don Quijote”, o “El buen sancho se refociló tres días a costa de los novios”, el futuro lo interpretaría bajo el prisma del homoerotismo. Cuando afirmaba “El de casarse los enamorados era el fin de más excelencia”, esto sería visto como un pronunciamiento por el matrimonio igualitario en pleno siglo de oro.

Su próximo paso, se comenta, sí será la incorporación del número dual, que logrará que casi todos los escritos románticos del pasado refieran, por lo menos, a tríos y triángulos amorosos homosexuales.