El cambio vital

Cómo salvar al mundo

Cambiar al mundo es difícil

El cambio puede funcionar mal y el conservadurismo no siempre es malo. A veces algo anda mal y en el camino a arreglarlo rompés otras cosas y todo termina peor. 

Había poder concentrado y desigualdad, implementaste un sistema de asambleas y delegados para democratizarlo, y terminaste con un comité central con Stalin a la cabeza. Fijás un salario mínimo y aumentan el desempleo o el empleo informal. Faltaba democracia en Libia, hiciste una revuelta para desplazar a Gadafi, y aumentaron la pobreza, la inseguridad, el desempleo y los conflictos armados. Trajiste pinos para conseguir madera sin deforestar y ahora arrasan con la biodiversidad de la Patagonia. Quisiste repartir los beneficios del petróleo y sufriste un bloqueo económico y una paulatina transición hacia el autoritarismo. 

Es fácil meter la pata al intentar mejorar sistemas complejos, a tal punto que parece que no hay salida, pero a veces hay salida.  

Programando, editaste una función que andaba mal y ahora el programa no ejecuta. Otras partes del código se apoyaban en esa función, y todo se rompió cuando la modificaste. No tenías en cuenta esas interdependencias, las viste cuando la cosa dejó de andar. 

No vas a tirar la toalla, pero entendiste que cambiar sólo esa función es peor que no cambiar nada: tomás un recreo, te hacés un café, y empezás a modificar lo que haga falta para que el sistema, por fin, vuelva funcionar después del cambio.

Los sistemas informáticos son distintos de los sistemas vivos. Suelen ser rígidos y modulares en lugar de blandos e intrincados. La intrincación de los sistemas vivos dificulta atender a las interdependencias que se quebrarían al cambiarlos, por lo que es más difícil cambiarlos sin romper todo. La mayoría de las mutaciones biológicas fallan. 

Además, la “blandura” de los sistemas vivos implica que son capaces de revertir un sinfín de cambios: las gripes sanan, los cortes cicatrizan y el calor se disipa sudando. La vida es orden y organización, y preservar una estructura a través del tiempo en el mundo real requiere, indefectiblemente, poder corregir o mitigar las perturbaciones que alejen al sistema de su orden corriente. Cuando el sistema vivo es un cuerpo humano, el conservadurismo natural de la vida nos viene bien porque es otra forma de decir que nos curamos.

A veces, el conservadurismo de la vida es dañino. Las tradiciones son sistemas vivos, en el sentido de que son estructuras complejas que se preservan. Esto sólo puede suceder si hay mecanismos que recompongan el orden previo ante los cambios. Eso puede implicar rechazar, penalizar y descartar formas de diversidad incipiente. La ciencia también es un sistema vivo, es una estructura de creencias que crece y evoluciona mientras preserva su estructura fundamental. No podría preservarse si no tuviera mecanismos sistémicos que mitigaran amenazas a dicha estructura. Normalmente funciona bien, pero implica poner a Galileo en penitencia y seguir modelando la economía como si fuera un gas en el siglo XXI.

Desde la ilustración, se desvalorizó la tradición sin entenderla y se subestimó la dificultad del cambio social. Después el siglo XX se encargó de derrumbar utopías. Paradójicamente, hoy podemos entender por qué el cambio es difícil, y eso permite que el cambio real sea más fácil que nunca. Hoy debemos salvar al mundo y salvar al mundo es fácil.

Hay dos direcciones hacia las cuales podemos cambiar un sistema vivo: a favor de la corriente y a contracorriente. 

Cambiar un sistema a contracorriente es cambiar algún elemento de su orden estable. Requiere enfrentar los mecanismos homeostáticos del sistema, y después, cambiar todo lo que haga falta para que el sistema no se rompa. Podemos llamar cambio radical a los cambios de este tipo. Por suerte, las ciencias de la complejidad y el modelado computacional permiten entender relaciones intrincadas, lo que abre un panorama prometedor para los cambios radicales pacíficos y exitosos. Aunque los sistemas vivos difieran de los sistemas informáticos, ya tenemos herramientas para no hacer cambios radicales a ciegas.

En cambio, cambiar un sistema a favor de la corriente es acompañar sus homeostasis. Curar a una persona cuando se enferma, regar una maceta y entablar una amistad son cambios a favor de la corriente. Son cambios fáciles porque acompañan la dirección natural de la vida. Podemos llamar cambio vital a los cambios de este tipo. Los cambios vitales no requieren comprender la red causal del sistema inmune, el metabolismo de las plantas ni las intrincaciones del sistema nervioso, porque los sistemas vivos ya se encargan de procesar esa información por sí solos, es por eso que funcionan. Sólo hace falta entender en qué entornos los sistemas prosperan por sí mismos y elegir qué sistemas regar.

La vida, cruel o bella, es implacable. Las flores resquebrajan el cemento y crecen. El roble talado brota de nuevo. Hay cambios sociales dificilísimos, pero hay cambios que están al alcance de la mano. Hay cambios que podemos apalancar en la fuerza de la vida, que serán tan elementales e implacables como la vida brotando. Las primaveras concluyen pero nunca cortarán todas las flores.

Salvar al mundo es fácil

Las redes vivas son un tipo especial de sistemas complejos. A grandes rasgos, dentro de los sistemas complejos podemos distinguir los sistemas vivos y los sistemas caóticos.

Los sistemas caóticos son sistemas que difícilmente conserven propiedades o patrones a largo plazo. Cambian constantemente y son terriblemente ruidosos. La atmósfera, las turbulencias, los péndulos dobles y las fluctuaciones de precios de corto plazo en la bolsa de valores son sistemas caóticos. Las redes vivas son sistemas que conservan patrones macroscópicos a través del tiempo. La cultura, la economía, los ecosistemas y los organismos son sistemas vivos.

A veces, considerar caótico o vivo a un sistema depende del punto de vista. Por ejemplo, cuando observamos una neurona desde afuera vemos un sistema vivo, porque tiene un patrón de comportamiento estable que hace que se dispare siempre que reciba cierta carga. En cambio, si miramos una neurona por dentro vemos un sistema caótico con una red metabólica intrincada y un citoplasma revoltoso. Los sistemas caóticos son difíciles de tratar y comprender, mientras que los sistemas vivos son patrones sencillos y estables que emergen de la complejidad subyacente.

Las redes vivas tienen dos propiedades fundamentales. Por un lado, viven adaptadas a un entorno particular. Las personas vivimos bien en la tierra pero bajo el agua nos ahogamos. Por otro lado, están preparadas para mitigar y corregir las perturbaciones que podrían sufrir en el entorno para el cual se adaptaron, porque de otro modo no vivirían. Sin embargo, las redes vivas pueden morir cuando el entorno cambia demasiado o las perturbaciones son demasiado grandes. Podemos transpirar para regular temperaturas normales en los ambientes en que evolucionamos, pero a cien grados nos morimos. 

Casi nunca conocemos en detalle los mecanismos que hacen que un sistema vivo regule las perturbaciones normales en su entorno, pero sabemos que siempre lo hacen. Podemos confiar en que lo saben hacer porque, si no, no podrían estar vivos.

Llamo estructura vital a la estructura sencilla que los sistemas vivos aprendieron a preservar. Podemos querer cambiar un sistema vivo porque hay un aspecto de su estructura vital que nos gusta pero está amenazado, como cuando una planta empieza a marchitarse, una persona se enferma o una comunidad comienza a disolverse. Este tipo de cambios son cambios vitales y son formas de sanación. También podemos querer cambiarlo porque un aspecto de su estructura vital no nos gusta, como cuando un sistema económico tiende a generar desigualdad extrema y pobreza. Este tipo de cambios son cambios radicales y son formas de rediseño.

Es más fácil curar un sistema vivo que crear uno nuevo a partir de la nada: la medicina es real y funciona a pesar de sus vicios, mientras que el Dr. Frankenstein es una historia de ciencia ficción que además termina mal. 

Sin embargo, así como la diferencia entre los sistemas vivos y los sistemas caóticos depende de nuestro punto de vista, la diferencia entre un cambio radical y un cambio vital también depende de dónde pongamos el foco. Esta cuestión es clave porque los cambios vitales son más fáciles que los radicales. Por eso, los puntos de vista son tecnologías, herramientas que vuelven fácil lo difícil.

Algunos cambios radicales son esencialmente difíciles porque requieren fundar desde cero un sistema nuevo, o enfrentar las homeostasis de un sistema existente, y luego arreglar todos los problemas que nuestra disrupción podría traer. El avance de las ciencias de la complejidad facilitará estos cambios en el futuro, pero son de un nivel mayor de complejidad. Sin embargo, otros cambios radicales pueden entenderse como cambios vitales de sistemas diferentes que curen las grandes crisis de la sociedad sin requerir hacer un borrón y cuenta nueva potencialmente catastrófico. Desde esta óptica, hay tres pasos para cambiar al mundo: avistar, regar y guiar.

1 - Avistar

A veces queremos cambiar un sistema porque empezó a funcionar mal. Hace un par de décadas las personas se encontraban más en bares y cafés, había clubes y comunidades que nos hacían sentir menos solos, que se perdieron cuando migramos a la comunicación digital generando el auge de la depresión y la ansiedad. Muchos bosques eran prósperas cunas de biodiversidad que ante el avance de la deforestación comenzaron a sufrir inundaciones, desequilibrios y plagas. 

Curar esas crisis es claramente un cambio vital, cambio en el que profundizaremos en los puntos dos y tres. Antes de eso, introduciremos cómo traducir cambios radicales en cambios vitales a fin de facilitarlos.

Las sociedades, los sistemas económicos, las comunidades, las tradiciones y las culturas son sistemas vivos que coexisten, y a veces compiten, entre sí. Pongamos el ejemplo de los sistemas económicos, pero lo siguiente vale para cualquiera de ellos. Los sistemas económicos son sistemas que viven en, sobre, o a través de las personas. Puede haber aspectos de la estructura vital de un sistema económico que nos parezcan inaceptables. Pienso, por ejemplo, en la pobreza como rasgo natural en el sistema económico en que vivimos. Desde la óptica de nuestro sistema, querríamos un cambio radical. A simple vista, ese cambio radical sería extremadamente difícil por los desafíos que mencionamos en la primera sección.

Sin embargo, podemos pensar ese cambio radical como si fuera un cambio vital de otro sistema. Por ejemplo, las familias son subsistemas económicos en que todos los miembros se cuidan entre sí. También hay sistemas más amplios en que sucede algo parecido, como las comunas, las cooperativas, las redes solidarias y un sinfín de tribus y comunidades que existen por fuera de la economía de mercado y no tienen los niveles de pobreza que existen en el mercado. Esas redes son sistemas vivos que existen. Si entendemos cómo regarlas, guiarlas y hacerlas crecer lo suficiente, podemos cambiar la macroeconomía sin inventar vida nueva como Frankenstein.

Cuando digo que eso es fácil no me refiero a que sea trivial. Objetivamente es muy difícil, pero comparativamente es fácil. Pensemos que llegar a tener las frutas y verduras que tenemos hoy requirió milenios de agricultura inteligente y décadas de bioingeniería. Eso es difícil, pero infinitamente fácil al lado de inventar formas nuevas de vida. Un sistema vivo es un “chasis” que ya mantiene equilibrios, mitiga perturbaciones y preserva su propia vida en el entorno en que evolucionó, a través de un sinfín de mecanismos complejos que todavía nos son inabarcables.

El mismo razonamiento sirve para los distintos sistemas que queramos cambiar, desde el conservadurismo académico hasta la intolerancia cultural. La vida es más sabia que nosotros y existe desde antes. Todavía no sabemos inventarla de nuevo, pero sí podemos elegir qué regar. La vida es tan robusta que, si la cuidamos, puede florecer de sus estados más agónicos. 

2 - Regar

Así como una planta puede quebrar el cemento para crecer, no puede vivir sin agua. Toda la maraña de procesos que hace a la vida tan inabarcable y robusta surge de la evolución, que diseñó sistemas extraordinarios para sobrevivir en los entornos para los que evolucionaron. Es en esos entornos que la vida corrige perturbaciones por sí sola, cicatrizando heridas y volviendo a equilibrios estables. Sin embargo, la fuerza extraordinaria de la vida se marchita cuando el entorno se distorsiona demasiado. Si el suelo está demasiado seco, la planta muere.

Regar una planta suele ser más fácil que modificar su genoma para que pueda vivir con menos agua, y es infinitamente más fácil que diseñar desde cero una forma de vida vegetal capaz de vivir sin agua. Trasladar esta idea a los sistemas políticos, sociales y económicos requiere atención porque en lo cotidiano no los solemos pensar como redes vivas, lo que nos llevó a grandes fracasos en el pasado. No es fácil identificar qué es el “agua” que le falta a un sistema político o social, por lo que no siempre es claro cómo “regar” los sistemas que queremos ver crecer.

Voy a mencionar un ejemplo que sí está caracterizado, pero no es el aspecto central de esta sección sino sólo un ejemplo. Hemos visto otros ejemplos de lo mismo en ensayos anteriores y veremos más ejemplos en ensayos futuros. Lo central de esta sección es que incluso cuando no sabemos qué cambios del entorno están generando un cataclismo, es más fácil identificar y corregir un desplazamiento en el entorno, como la cantidad de agua en el suelo, que entender en profundidad los procesos complejos de un sistema vivo y rediseñarlos para que sobrevivan en el nuevo entorno. Además, restablecer el entorno que permite que la vida prospere es un cambio “a favor de la corriente” de la vida, mientras que intentar cambiar la vida siempre va “a contracorriente”.

Por ejemplo, las redes de reciprocidad son lazos de cooperación que siguen la fórmula “hoy por tí, mañana por mí”. Antes de que existiera el mercado, la cooperación económica a gran escala funcionaba mediante la reciprocidad (contrario a la creencia del sentido común que afirma que el mercado reemplazó al trueque). La reciprocidad nos acompaña desde mucho antes que la civilización, y está cableada en nuestras emociones: la gratitud nos impulsa a favorecer a quien hizo algo bueno por nosotros, y el enfado nos impulsa a penalizar a quien se aprovechó de nuestra buena voluntad.

La reciprocidad forma redes vivas y estables. Esto quiere decir que está preparada, por sí misma, para corregir y mitigar perturbaciones. El enfado parece una emoción nociva, pero es como el dolor que obliga a los animales a alejarse del fuego: una fuerza de preservación de la vida. En particular, el enfado está ahí para impedir que las personas reciban los beneficios de la colaboración sin poner su parte, porque si eso fuera posible lo haría todo el mundo y la reciprocidad colapsaría. 

El sistema es estable y está vivo. La reciprocidad prosperó durante decenas de miles de años. Generó alianzas entre soldados de trincheras opuestas durante la primera guerra mundial y hoy teje redes de préstamos sin interés que son cruciales las personas más pobres. Es difícil diseñar un sistema mejor, cuadra perfecto con la psiquis humana, pero tiene un punto débil.

Así como las plantas necesitan agua, la reciprocidad requiere reencuentros. El “hoy por tí mañana por mí” deja de convenirme si mañana no nos vemos. Si nunca más nos cruzaremos, hoy puedo traicionar y que tu penalización no llegue nunca. En la primera guerra mundial los mismos soldados se enfrentaban diariamente hasta que terminaron jugando al fútbol en navidad. En las guerras sin trincheras los soldados encuentran un enemigo distinto cada día y la solidaridad no emerge.

Cuando las comunidades son pequeñas o no tienen tanta densidad de conexiones, las redes de reciprocidad emergen naturalmente. En cambio, cuando cada persona está conectada con muchísimas otras, la probabilidad de reencontrarse con cada una disminuye y la reciprocidad colapsa. Era un sistema vivo que evolucionó para ciertos entornos y se ahoga en entornos diferentes.

Los sistemas económicos son mecanismos de cooperación para producir y distribuir lo producido. El sistema económico actual resuelve ese problema pero genera asimetrías de poder y pobreza, mientras que la reciprocidad genera lazos de cooperación horizontal, paridad, y hasta bienestar emocional para los participantes. Igual que cualquier sistema vivo, los sistemas económicos reales resuelven una infinidad de problemas complejos que las personas no podemos siquiera dimensionar. Por eso, será más fácil aprender a “regar” la reciprocidad que diseñar un sistema vivo nuevo desde cero.

Regar puede traer nuevos desafíos. A veces es difícil “conseguir el agua”. En el caso económico, puede ser difícil reducir la conectividad para que la reciprocidad emerja. De nuevo, no se trata de que este enfoque sea objetivamente fácil, sino de que es comparativamente fácil. Notar que los sistemas que más nos interesan son redes vivas nos impone la necesidad de tomarlos como tales. Nuestros fracasos surgieron de no percibir esto, que fue un obstáculo pero puede ser una oportunidad.

Para terminar esta sección, es preciso observar que no todas las plantas pueden curarse con el riego. Quizás la planta tiene una enfermedad que no sé cómo curar. En ese caso, sí tendré que estudiar la planta a fondo para intervenir del modo que haga falta. Quizás la planta ya murió y el riego no la cura. Aunque todo esto sea cierto, lo primero que probaría al ver que una planta se marchita es regarla.

3 - Guiar

Hasta acá, queríamos un cambio radical porque había aspectos vitales de un sistema vivo que nos parecían dañinos. Lo primero que hicimos fue identificar un sistema vivo alternativo que no tuviera los mismos problemas, para poder regarlo y verlo crecer en lugar de diseñar vida nueva desde cero. Tras los dos primeros pasos puede haber un tercer desafío.

Algunas plantas, como las enredaderas, no pueden alcanzar grandes alturas por sí solas. Hace falta poner una red que las acompañe mientras crecen. Lo mismo sucede con algunos sistemas económicos o culturales, que a partir de ciertas escalas dejan de funcionar bien por sí solos. 

Por ejemplo, las redes solidarias y las comunidades horizontales pueden colapsar cuando la conectividad crece mucho, lo que suele suceder cuando crece su cantidad de miembros. Pienso, por ejemplo, que si estas redes estuvieran mediadas por una plataforma, una posible guía sería limitar la conectividad de los individuos, o imponer un costo creciente a la conectividad individual para que a nadie le convenga conectarse tanto que el sistema colapse. Construir una guía para que los sistemas que funcionan en escalas pequeñas puedan prosperar en las grandes escalas tampoco es trivial, pero seguro que es más fácil que diseñar desde cero una red viva.

La propuesta central de este ensayo es que quizás no es necesario diseñar nuevas utopías desde cero, y que hacerlo supondría dificultades inconmensurables. Quizás podemos identificar comunidades, códigos sociales o sistemas de cooperación que ya existan y funcionen bien, o hayan funcionado bien en el pasado, para regarlos y guiarlos hasta que sean alternativas asequibles a gran escala. No hay dudas de que este enfoque también requerirá entender sistemas complejos, pero en una profundidad órdenes de magnitud menor a la que hace falta para diseñar un sistema nuevo desde cero. Los sistemas vivos resuelven por sí solos un sinfín de problemas usando mecanismos que todavía no entendemos ni sabríamos diseñar.

Hola!

Soy Juan, autor del ensayo que acabás de leer. Estoy trabajando en dos textos más largos que estarán listos la semana que viene.

Por un lado, ya tengo lista una versión borrador del libro de economía para redes que voy a compartirte en los próximos días. Estuvimos trabajando en ella con Valentín Muro y nos interesa compartirla para conversar e identificar erratas antes de publicarlo en papel.

Por otro, estoy terminando un ensayo extenso que muestra cómo no sólo la reciprocidad, sino que casi todos los mecanismos que promueven la cooperación humana colapsan con la hiperconectividad, un fenómeno al que vengo denominando “la deforestación social”.

El fin de semana que viene, lo más probable es que en lugar de un ensayo corto te envíe los links de estos dos textos. Cuando los leas avisame y los charlamos, me sirve muchísimo.

Te mando un abrazo grande,
Juan
Filosofía del futuro