El destructor de mundos

El destructor de mundos

El destructor de mundos

Hay muchos descubrimientos científicos que se realizan en los contextos más peligrosos posibles, y que pueden ser utilizados para las finalidades más siniestras, y no precisamente por casualidad. En 1938, en pleno alza del nazismo en Alemania, dos químicos berlineses, Otto Han y Fritz Stassman realizaron un hallazgo importante. Si bombardeaban uranio con neutrones, podían producir una sustancia química diferente: el Bario. Si bien en un principio no entendían por qué, una colega suya, Lisa Meitner, logró descifrar el mecanismo subyacente a este fenómeno: la fisión nuclear. Este mecanismo consiste en una reacción en cadena a partir de la división del núcleo de un átomo. Una división de estas características puede liberar una enorme cantidad de energía. Aquí tenemos uno de los claros ejemplos en donde algo que encontramos en el mundo microscópico tiene un impacto directo, y en este caso, monstruoso, en el mundo macroscópico de nuestra experiencia manifiesta. Las consecuencias de la fisión nuclear fueron obvias para toda la comunidad científica al momento del descubrimiento. Una vez que fuera posible manipular el comportamiento de los átomos y su distribución de energía, permitiendo liberarla, sería posible descargarla al mundo, produciendo una explosión nuclear. Cualquier país que lograra diseñar un artefacto que pudiera liberar esa masa crítica, se convertiría en una superpotencia militar, capaz de amenazar a cualquier sociedad con bombardeos inéditos en la historia de la humanidad. Y quienes tenían este descubrimiento en manos eran nada más y nada menos que los nazis.

Entre les distintes miembres de la comunidad científica preocupades por esta situación, un caso emblemático fue el de Einstein. El aclamado científico le envió una carta al presidente de EEUU, Roosevelt, explicándole los riesgos de que Hitler tuviera en manos semejante potestad. Al mismo tiempo que lo instaba a que EEUU elabore la bomba antes que Alemania, también lo alertó de lo cuidadoso que debía de ser si planeaba encarar una competencia armamentística nuclear, aclarando los efectos devastadores a escala civilizatoria que la fisión nuclear podía tener. Einstein se arrepintió toda su vida de esta carta, pero lo cierto es que esa carta, con el peso que tenía su figura, fue un incentivo importante.

Con la invasión de Pearl Harbor, y la declaración de guerra de Alemania a EEUU, ambas en 1941, llegó el momento de la entrada estadounidense a la guerra. El clima imperante era altamente belicista, dado que un enfrentamiento mundial de estas escalas nunca había sido visto por la humanidad. En ese contexto comenzó también la carrera de la industria armamentística norteamericana para poder producir la bomba antes que los nazis (y antes que la URSS). No existía una idea clara acerca de qué tan cerca estaba Alemania de tener la bomba, pero los distintos avances militares que exhibían, como los misiles sónicos o su imponente frente aéreo, creaban en la imaginación colectiva el fantasma de Hitler con una bomba atómica, algo que aterrorizaba a la seguridad nacional de muchos países, EEUU incluido.

Con la intención de frenar esa posibilidad, el Departamento de Seguridad Nacional convocó a un grupo de científiques, liderados por Oppenheimer, quien pidió para su misión secreta tener un “dream team”. Gran parte de este equipo venía de otros países, incluso científiques exiliades de Alemania. A esta iniciativa se la denominó “El Proyecto Manhattan”. El objetivo de la misión era claro: diseñar una bomba atómica y probarla en algún lugar desierto para testear su funcionalidad. En el proyecto participaron, como internos o consultores externos, nombres cruciales en el desarrollo de la ciencia y la tecnología del siglo XX, como el mismo Oppenheimer, John Von Neumann, Richard Feynmann, Leona Woods, Edward Teller, Leo Szilard, Enrico Fermi y Norbert Wiener, entre muches otres. Las motivaciones que llevaron a esta comunidad a formar parte del proyecto varía según cada caso.

Aunque el objetivo estaba claro, el qué hacer con la bomba una vez diseñada, dividía aguas dentro del Proyecto. La idea que primaba era tener la bomba antes que los nazis a toda costa. Pero no todes les participantes del Proyecto Manhattan veían seriamente la posibilidad de que EEUU realmente la utilizara. El mismo Oppenheimer se reunió con el presidente Truman para sugerirle enfáticamente no hacerlo. Aunque obviamente no todos tenían la misma postura. Von Neumann, por ejemplo, siempre fue un feliz y entusiasta defensor de la idea de lanzar las bombas sobre Alemania y Japón. Otros científiques del proyecto, como Norbert Wiener, consideraban importante el desarrollo armamentístico como estrategia geopolítica para poner en jaque al nazismo, pero sostenían que ésta sólo debía cumplir fines intimidatorios, y nunca debería ser utilizada en la guerra.

Sea como sea, una vez que el primer testeo de una bomba atómica en Nuevo México resultó exitosa, el producto del Proyecto Manhattan, la tan preciada “bomba”, pasó a manos del Departamento de Defensa de EEUU y, naturalmente, la comunidad científica participante quedó sin ningún tipo de injerencia en la toma de decisión de qué hacer con ella. 

Las detonaciones

En la mañana del 6 de Agosto de 1945, sucedió un evento anómalo en el control de operaciones de comunicación en Tokio: de pronto dejaron de recibir información acerca de Hiroshima. A los pocos minutos, comenzaron a llegar confusos mensajes telegráficos que hablaban de una explosión estruendosa en las inmediaciones de la ciudad. Ante esta situación, buscaron líneas alternativas de comunicación radial, pero ninguna funcionaba. Para entender por qué se estaba produciendo esta falta completa de comunicación con las terminales, mandaron un avión conducido por un jóven piloto para hacer un avistamiento de la zona y sacarse la duda de si Hiroshima había sido efectivamente atacada, o si sólo se trataba de un problema de comunicación. Horas después, ya a 160 km de Hiroshima, el piloto comenzó a divisar entre las nubes lo que parecía ser una explosión de escalas inéditas. Cuando finalmente sobrevoló Hiroshima, lo que vió ante sus ojos es algo que muy pocos seres humanos pudieron realmente ver: la ciudad había sido reemplazada por un hongo de humo de color violáceo, e Hiroshima estaba totalmente hecha trizas. El tamaño que cubría ese hongo era casi imposible de describir ni dimensionar. El piloto reportó al operador central en Tokio la situación, sin dejar de manifestar su consternación y horror. Fue ahí cuando Japón confirmó que había sido bombardeado  por un misil de características novedosas, y que muy posiblemente fuera la bomba nuclear, sospecha que dos días después terminaron de corroborar en Nagasaki.

Las bombas fueron detonadas tres meses después de la rendición nazi e italiana, y cuando a Japón ya le quedaba poco o nada por pelear. Es decir, cuando El Eje ya estaba totalmente desarticulado. Si el diseño de la bomba fue parte de una carrera armamentística contra el nazismo y la URSS, la detonación de ellas fue un mensaje claro a la nueva distribución del tablero geopolítico, el famoso inicio de la Guerra Fría. La prueba al mundo de que no solo la tenían, sino que estaban dispuestos a usarla. Desde entonces, una bomba de estas características jamás fue lanzada por ningún país con la intención de asesinar civiles. Se han hecho muchísimas pruebas en distintas partes del mundo, como en zonas aisladas a la población e islas, produciendo numerosos desastres ambientales de múltiples escalas.