El pop funciona igual que las fake news

El pop funciona igual que las fake news

El pop funciona igual que las fake news

Hay criterios para dirimir si una noticia es falsa o no sin ver qué dice. En lugar de observar el contenido del mensaje comunicado, se puede analizar sólo su dinámica de transmisión. Al parecer, hay patrones que siguen las noticias que en general consideramos falsas, y que las noticias que consideramos verdaderas no siguen.

Para estudiar la dinámica que siguen los discursos, el “mapa” más usual es la red social, o en otras palabras, la estructura de conexiones entre personas. Estas conexiones pueden ser de diversos tipos (amistades, gente conocida, contactos en alguna plataforma digital, etc), pero lo importante es que se trata de conexiones a través de las cuales se podría transmitir un discurso o una creencia. Los puntos representan a las personas, y las conexiones representan “puentes” a través de los cuales el discurso puede “transmitirse”.

Imaginemos que pintamos los discursos distintos con etiquetas de distintos colores. De esta manera, no vemos cuál es el mensaje asociado a cada discurso, pero podemos distinguir a los discursos entre sí. 

Con esto, podríamos pintar a cada persona con el color del discurso que sostiene, y observar cómo se mueven las etiquetas en nuestro mapa: cómo se transmiten, contagian y difunden a través del tiempo. 

Ahora podemos averiguar qué es verdad y qué no mirando cómo se transmiten los discursos, es decir, viendo apenas cómo se mueven las etiquetas de colores. Por ejemplo, si hay una creencia que adopta una persona de cada millón, muy de vez en cuando, y ninguno de sus “vecinos” en la red la adopta después, tenemos buenos motivos para pensar que se trata de una creencia falsa, una equivocación, un caso de psicosis, etc. Tendríamos incluso más seguridad sobre nuestra hipótesis si al cabo de un rato la persona en cuestión tendiera a abandonar su creencia infrecuente. 

Sin embargo, que muchas personas crean lo mismo no es motivo suficiente para descartar que una creencia es falsa. Es sabido, incluso, que tenemos un sesgo cognitivo llamado “efecto arrastre” que nos inclina a creer lo mismo que cree la mayoría de nuestra comunidad, incluso en casos de que la creencia en cuestión sea falsa. 

Entonces, si no es la cantidad de creyentes ¿cuál es el criterio para determinar si una noticia es falsa o no? 

Eventualmente, notaremos que un criterio muy predictivo es cuánto tienden las personas a abandonar una creencia (es más predictivo aún cuando compensamos el efecto arrastre). En definitiva, diremos que las noticias falsas son aquellas que más rápido se abandonan en comunidades de creencias mixtas, es decir, en comunidades en que el efecto arrastre no arrasa con todo criterio de adopción de creencias.

La rapidez con que se tiende a abandonar una creencia dice poco sobre la rapidez con que esta se adopta, contagia y difunde entre la población. De hecho, si una creencia es rápidamente abandonada por quienes la sostienen, su único modo de sobrevivir en la población es contagiarse con mayor rapidez. El caso es similar al funcionamiento de las epidemias: si las personas se recuperan o mueren antes de que la enfermedad se contagie, la epidemia desaparece. La viralidad es un juego entre la tasa de contagio y la ventana temporal en que se puede contagiar.

Por este motivo, a las noticias falsas no les queda otra opción que evolucionar para ser más virales: las que no lo logran se extinguen. Además, corren con la ventaja de poder decir cualquier cosa (ya son falsas, y ya se van a olvidar rápido, lo único que necesitan es ser virales). Las noticias falsas, entonces, terminan siendo las que más rápido se contagian.

Uno de los factores que usan los filtros de detección de noticias falsas en las plataformas digitales es la viralidad.

Históricamente, había límites a la velocidad de contagio. Cuando la comunicación era cara a cara, la velocidad máxima que podía cobrar un discurso era muy limitada, y por lo tanto, los discursos podían abandonarse más rápido que el tiempo que tomaban en transmitirse. En esas épocas, sobrevivían rumores verosímiles y cuya corroboración era imposible por falta de información. Con la digitalidad, el mundo se achicó, y la velocidad de contagio ya no está acotada como antes. 

Intuitivamente, si yo tardo como mínimo siete días en transmitir un discurso, no se contagiará ninguna creencia que se abandone a los seis días. Si las comunicaciones se aceleran y me puedo conectar más rápido con más gente, esas creencias sobrevivirán.

El corolario de la digitalidad es la explosión de noticias falsas. 

Hay una tendencia similar en la música y los ítems de cultura en general. Cuando había que cruzar un océano en un viaje de dos meses para llevar una partitura, las melodías a elegir eran las que se recordarían por un buen rato. De la misma manera que con las creencias, la lentitud de las comunicaciones funcionaba como un filtro de sostenibilidad temporal. La melodía que se tararea sólo durante una semana no sobrevive siquiera el viaje en barco.

Cuando las comunicaciones se aceleraron, no sólo se habilitó el terreno para las noticias falsas. Se abrió la puerta a todo ítem de cultura de alta viralidad y corta ventana de “contagio”. Como todo, tiene doble filo. La próxima vez que te enfurezca una noticia falsa, pensá que es el precio cósmico a pagar por los memes de carpinchos y el taki taki rumba.