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Good Bye, Friedman!
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El economista Leonard E. Read ofrece un bellísimo argumento en favor del liberalismo. Consiste en un lápiz. El lápiz es uno de los objetos aparentemente más simples que nos encontramos en la vida diaria, pero su proceso de producción es, como casi toda producción, muy complicado. Tanto es así que ninguna persona sabe cómo se hace un lápiz, y sin embargo el lápiz está ahí. ¿De dónde salió la madera? ¿Quién la cortó? ¿De dónde trajeron el grafito? ¿La goma, dónde y cómo se produjo? Hay un sinfín de preguntas que podrían hacerse, sobre el metal que sostiene la goma, la pintura exterior del lápiz, y sobre todas las partes que llegan a la fábrica que hace la composición final. De cada una de esas partes se abren ramas, lo cual añade todavía más complicación. ¿Qué componentes tiene la pintura? ¿De dónde salieron las herramientas para cortar la madera? ¿Qué comieron y bebieron los trabajadores que minaron el grafito? El proceso de construcción del lápiz es sumamente complicado, por estar integrado a un sistema económico que, por su heterogeneidad y volumen, es infinitamente complejo. El lápiz está ahí porque cada una de las personas está integrada al mercado, que es lo que procesa toda esa suma de información. El mercado, sugiere Read, no es más que el agregado de los intereses de cada uno de los particulares que trabajan buscando maximizar sus ganancias, y que permita que emerja el lápiz sin una oficina de planificación central ni una persona en una posición de autoridad que conozca y gobierne todo el proceso. Con este simple ejemplo, pretende refutar 200 años de tradición económica socialista, y para peor, justificar el hambre infantil, el desamparo social y la riqueza obscena y voraz que trae la economía de mercado cuando se le da rienda suelta.
El texto de Read sobre el lápiz fue publicado en 1958 bajo el título de “Yo, el Lápiz”. Catorce años después, se aplicaba el protocolo TCP/IP a la red de computadoras ARPANET del departamento de defensa de los Estados Unidos. Nacía, de este modo, Internet. El protocolo TCP/IP es algo parecido a lo que dice Read que hace el mercado, pero distinto. Es un protocolo, es decir, una serie de reglas a cumplir por cada computadora que se comunica a internet. Todas las computadoras que se conectan a internet siguen esas reglas, y el cumplimiento de las mismas es lo que hace que todos los videos, correos, mensajes y fotos que nos compartimos nos lleguen correctamente. Al igual que en el caso del lápiz, no existe ninguna organización central que dirija exactamente todo el proceso del envío de un correo electrónico. Va pasando de computadora en computadora, cada una cumple su parte, y el correo llega al otro lado. Al igual que en el caso del lápiz, el procesamiento de la información es distribuido, y genera un fenómeno emergente, que es el funcionamiento de Internet. A diferencia del mercado, el protocolo fue diseñado, después de varios experimentos, con el objetivo de lograr un fenómeno emergente particular, que es el buen funcionamiento de internet.
Es comprensible que Read escribiera lo que escribió, dado que en su momento el diseño económico era sinónimo de diseño explícito, por parte de un grupo de personas, en una oficina central, de todo el proceso de producción. Lo loco es que después de que existiera Internet, después de que fuera patente que sabíamos diseñar protocolos que procesaran información de manera distribuida y compleja para generar fenómenos emergentes particulares, después de que supiéramos que los protocolos posibles son múltiples, y que cada uno podría tener efectos macroscópicos distintos, fue que el argumento se popularizó en las universidades del norte y los ministerios del sur, de la mano de Milton Friedman y su pandilla de Chicago.
Hoy, las ciencias de la complejidad se dedican a investigar sistemas biológicos y ecológicos por lo menos tan complejos como nuestra economía, con la intención de intervenir correctamente para solucionar problemas. La ingeniería de software desarrolla algoritmos distribuidos constantemente que cumplen funcionalidades particulares. Con las computadoras, los lápices se usan cada vez menos, y pareciera que el conservadurismo propuesto por el texto de Read fue superado por todas las disciplinas, a excepción de la economía.
La historia podría terminar con una imagen. La fábrica que construye el lápiz contrata a un equipo de investigación operativa para aumentar su eficiencia, que lleva a cabo un modelo riguroso de toda su composición de partes. Con los lustros, esta técnica se populariza. Primero la adoptan las grandes y complicadas empresas, después las medianas, y finalmente las pequeñas que todavía sobreviven. Toda esa información se almacena en la nube. Sigue sin haber persona alguna que sepa exactamente cómo es el proceso entero. Pero Internet conoce el misterio del lápiz. Simplemente hace falta aprender a preguntarlo.