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Hablando de la libertad...
Hablando de la libertad...
Hablando de la libertad
En 1989, con la caída del Muro marcando en la historia el triunfo del neoliberalismo, Neil Young componía una de las canciones más icónicas del rock. Ahí aclamaba, con ironía, que se siguiera rockeando en el mundo libre, un mundo que en nombre de la libertad de mercado condenaba a la exclusión a amplísimos sectores de la población. Más de 30 años después, el viejo Neil vuelve a poner en cuestión cierto discurso sobre la libertad, esta vez el de Spotify. La historia es conocida: el músico retiró toda su obra de la plataforma, en repudio a los contenidos anti-vacuna del podcast de Joe Rogan, con quien Spotify tiene actualmente un contrato por más de cien millones de dólares. Este suceso pone en evidencia un tema de debate central en la era del capitalismo de plataformas, el de la libertad de expresión y el acceso a la información: ¿puede subirse cualquier tipo de contenido o deben moderarse? ¿quién debería hacerlo? ¿bajo qué criterios y con qué modalidades?
Por un lado, el duelo entre Neil Young y Spotify puso en tensión la responsabilidad editorial por parte de las plataformas, evidenciando el rol que estas juegan en la circulación de los discursos. En este sentido, las plataformas no son neutrales ni meras intermediarias de la información que allí se produce, se distribuye y (sobre todo) se comercializa. Pero para entender mejor cómo fue que llegamos a este fenómeno, tenemos que desandar un poco el camino, y profundizar en la compleja relación que existe entre conocimiento, propiedad y valor en el contexto del capitalismo de plataformas.
Derribando un mito
A simple vista pareciera que las plataformas se construyen como ámbitos para interactuar con otres, al mismo tiempo que tienen la posibilidad de extender enormemente el alcance de lo que decimos y hacemos en internet. Con Facebook o Instagram podemos compartir nuestros gustos y actividades con amigues y seguidores, en Youtube podemos mirar y subir videos, en Spotify podemos escuchar y también subir nuestra propia música, entre otros ejemplos. En este sentido, cada una de estas plataformas permite que los contenidos que producimos (sea un texto, una imagen, una opinión, una canción o una película) lleguen a una enorme cantidad de usuarios. Sin embargo, antes de que existieran las plataformas, esto ya podía hacerse en internet, aunque de una manera universal, horizontal y descentralizada. Entonces, ¿qué cambió?
Antes del auge de las plataformas, la principal aplicación de internet era la Web, o World Wide Web. Creada por Tim Berners-Lee, la web tiene como principio de diseño la universalidad, es decir, funciona como una red donde las personas pueden acceder, crear y compartir contenidos libremente, independientemente del dispositivo o el lugar desde el que se conecten, y sin necesidad de registrarse. El modelo de las plataformas, en cambio, se apoya sobre la privatización de la información: propiedad del software, derechos de propiedad intelectual, apropiación de los datos, entre otros. De esta manera, las plataformas permiten la producción y reproducción de la información y del conocimiento, pero bajo la lógica de la apropiación privada. Así, cada plataforma va “cercando” una porción de internet, de modo que si antes teníamos una red que principalmente funcionaba como un océano universal y horizontal en la web, ahora navegamos por una serie de “islas”, cada una con su propia lógica y mecanismos privados de control. ¿Por qué es necesario trazar este recorrido? Porque las plataformas (sobre todo si son de acceso gratuito o tienen un costo de suscripción accesible) construyen una aparente democratización del acceso a la información: todes estamos en igualdad de condiciones para subir nuestros contenidos, y además ese contenido llega a enormes cantidades de usuarios. El problema es que esta libertad oculta el hecho de que las plataformas son estructuras de valorización, y que toda actividad que realicemos allí está sujeta a la privatización del conocimiento y a los criterios de este modelo de negocios. De esta manera, los intereses económicos quedan desdibujados en una supuesta democratización y libertad del discurso.
Episodios como el de Neil Young desenmascaran y dejan expuesto el aspecto corporativo del modelo de las plataformas. Para Spotify, el asunto no se dirime tanto en regular o no los contenidos de sus Podcast (ya trascendió la decisión de la plataforma de transmitir anuncios con información confiable sobre el Covid-19) sino en cómo consolidar hegemónicamente su posición de plataforma en torno al negocio de los podcasts. Un hecho trascendente es que Spotify ya no crea automáticamente un Feed RSS para sus podcasts, es decir, el código que permite reproducirlo en cualquier otra aplicación. Esto podría traer consecuencias a futuro, por ejemplo, que Spotify tenga la exclusividad técnica sobre la distribución de los podcasts que produce.
Así, mientras levantan la bandera de la libertad y de la democratización del discurso, las plataformas siguen consolidando un modelo de negocios basado en la apropiación de la información. Como diría el viejo Neil, “sigamos rockeando en el mundo libre”.