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Memes: los replicadores cognitivos
Memes: los replicadores cognitivos
Memes: los replicadores cognitivos
Hacé el experimento. Entrá a “imágenes” en tu celular, scrolleá un rato y seguro vas a encontrarlos. Imágenes de baja resolución que se propagan en las pantallas, se replican y mutan a la velocidad de la transmisión de la información digital, produciendo movimientos sacádicos, pellizcones en las pantallas, risas, asociaciones de ideas o conceptos, y unas irresistibles ganas de compartirlos, o editarlos para hacer nuevos. En un momento dado, los memes se convirtieron en algo muy importante en el mundo. No va a poder contarse la historia de nuestra época sin ellos.
Si observamos cómo es que se forman los memes, el esqueleto básico es una sintaxis combinatoria entre imágenes y textos, con posibilidades de producción infinitas. Hay tantos memes posibles como formas de encontrar sentidos a imágenes con ideas expresables en una secuencia de texto corta. Una vez que el meme sale al mundo, rápidamente se resignifica y es absorbido por nuevas producciones de sentido, que lo ramifican a nuevos contextos semánticos, y así es como se van diseminando, disgregando y multiplicando. En su mecanismo al desnudo, los memes son una de las cosas que el ser humano viene haciendo desde hace miles de años. O si somos fieles al origen etimológico: los memes son un tipo de meme.
El término fue introducido por el biólogo Richard Dawkins en la década de los 70’ en su intento por explicar el algoritmo básico mediante el cual se propagan las ideas. Mientras que el material genético es un replicador que está situado en los cromosomas y se transmite hereditariamente, los memes son ítems de memoria situados en el cerebro y se transmiten perceptualmente. O sea que los memes no son innatos, sino que se enseñan, se copian, se aprenden, se recuerdan, se rechazan, se parodian, se celebran, se censuran. Pueden ser neologismos, frases, conceptos, melodías, gestos, técnicas, modas, o "unidades culturales" en el sentido más amplio. Son más nuevos en la historia planetaria que los genes, pero en el poco tiempo que han estado, pudieron propagarse y transformar todo lo que tocan a una velocidad impensada para la replicación genética.
Para entender bien qué son los memes, es conveniente visualizarlos como agentes autónomos, como los virus. Los memes están dando vueltas por ahí, compitiendo entre ellos; su premio es captar tu atención, alojarse en tu cerebro, crear nuevas conexiones y, una vez hecho el trabajo, propagarse perceptualmente hacia otros cerebros. La repetición y la propagación son sus dos modos básicos; mientras más copias de un mismo meme, mayor maquinaria de identificación para realizar nuevas copias de él. Pero aunque tengan vida propia, su sustento real está al nivel del observador. No hay algo así como “memes” en el mismo sentido en el que hay moléculas o células observables en un microscopio. Hay más bien patrones conductuales en el mundo con sus repeticiones y variaciones, que reunidos bajo la óptica del observador, ofrecen una apabullante ilusión de unidad. Una vez que te ponés “las gafas de los memes”, es imposible no verlos constantemente por todos lados.
El lema de guerra de los memes sería “acumula, prolifera y evolucionarás”. Gracias a eso, no necesitamos partir de cero para diseñar un satélite, una vacuna o un Boeing 737, dado que la convergencia memética crea redes de articulación. Del mismo modo, los hermanos Wright no podrían haber inventado su aeroplano con túnel aerodinámico sin toda la información impresa sobre aerodinámica y mecánica que había en el siglo XIX. Los memes tienen un recorrido, nacen y bifurcan a partir del desarrollo de memes anteriores.
En la evolución radican también sus peligros. La propagación de información ha ido ganando capas de complejidad. Desde la imprenta Gutenberg es posible esparcir memes de manera rápida y fácilmente replicable. En la era de la información, la propagación aumentó exponencialmente, dado que los memes ya no se ven limitados por el formato de tinta y papel, sino que proliferan al ritmo del incremento de transistores por unidad espacial. Y la propagación no es neutral, porque los memes jamás fueron neutrales. En ellos hay intencionalidades, beneficiados y perjudicados. En muchos casos, se benefician los autores del meme y se perjudica la calidad de la información. Internet es un sistema en el que este fenómeno es parte central del partido, siendo el medio en el que se consagró la economía de la atención. En ella, los algoritmos que ultra segmentan los datos, los bots y los posteos automatizados serían algo así como una “memética calificada”. Memes diseñados conscientemente para ser propagados en un tiempo y un contexto determinado, independientemente del éxito o fracaso de esa propagación. En este juego, la mente humana queda expuesta para que la atención que presta a los estímulos digitales se convierta en commodity de las plataformas digitales.Un flujo que hace posible este intercambio son los sesgos cognitivos. Por definición, los sesgos son desviaciones o distorsiones sistemáticas que realizamos automáticamente en nuestra percepción del mundo. Son como talones de Aquiles de la racionalidad. Pero eso no quiere decir que los sesgos cognitivos sean necesariamente malos, son más bien inevitables. Con ellos interactuamos con el mundo y tomamos decisiones, aun siendo conscientes de su existencia. Para los memes, los sesgos son como un mecanismo propulsor.
Existen varios sesgos y algunos de ellos tienen un papel estelar en la economía de la atención. Un factor fundamental es la sobrecarga de información. Nuestro sistema cognitivo puede procesar una cantidad finita de información, y el exceso de estímulos puede saturarlo, generando un gap entre la información que es percibida y la que es comprendida. Para evitar este efecto, nuestra cognición toma “atajos” que vulneran nuestra capacidad de discernir entre información de calidad, fake news, teorías conspirativas, trolleos o pseudociencias, entre otros. A mayor sobreflujo de información, más chances de que decidamos compartir aquello que más nos afecta emocionalmente, que más confirma nuestras creencias anteriores, o que más ha sido compartido por nuestros contactos.
Todas estas dificultades no se deben simplemente a que el cerebro prefiere disminuir el esfuerzo ante la sobrecarga de información. Son los algoritmos los que ayudan a que este efecto se sistematice. Facebook, por ejemplo, tenderá a mostrar información proveniente de fuentes que solés consultar, generando un filtro burbuja. Acá se beneficia la plataforma digital y se perjudica la pluralidad de voces. Este fenómeno, al extenderse al nivel de los grupos sociales produce el efecto echo chamber. Cuando la información que consumimos está encerrada en una cámara aislada de perspectivas ajenas, tendemos a preferir elementos comunicacionales que refuerzan nuestras creencias anteriores y rechazan las contrarias.
Otro atajo ante la sobrecarga de información es el de privilegiar el contenido jerarquizado por las redes sociales, que premian a lo que sea que haya obtenido más likes, compartidas o visitas. Nuevamente, esto no es necesariamente dañino; a veces los contenidos más populares pueden ser contenidos de calidad. El problema es que el criterio mediante el cual algunas perspectivas llegan a estar sobre-representadas en la red no responde a la calidad de información, sino meramente a la popularidad, permitiendo que en gran parte de los casos lo que se convierte en un tópico popular sea contenido basura.
Aunque los sesgos sean inevitables, y forman parte de nuestras rutinas cognitivas para lidiar con un mundo complejo, hay maneras de volvernos menos influenciables a sus efectos nocivos. Ser conscientes de la larga lista de sesgos estudiados por la psicología es un arma importante. En el mundo digital, por otra parte, no todo es un dispositivo diseñado para aprovechar debilidades cognitivas y replicar memética maliciosa. Wikipedia, por mencionar un caso importante, rige bajo parámetros que buscan regular la calidad de la información y redireccionar a otros ítems por su contigüidad temática y no por criterios como la popularidad, parentesco con búsquedas anteriores o similitud con círculos sociales afines. Existen también observatorios digitales útiles para investigar los patrones de contenido malicioso, como Hoaxy, que visualiza mediante esquemas de grafos las fuentes y la propagación de información en Twitter. Los nodos representan cuentas y las aristas referencian a las citas, retweets, y respuestas acerca de temáticas elegidas en el motor de búsqueda. Estas redes nodales son rankeadas en un puntaje que determina el volumen de bots como parámetro identificador de fuentes que comparten contenido tendencioso o de dudosa veracidad.
Hay muchas herramientas más que pueden servir para contrarrestar las desventuras de nuestro sistema cognitivo al navegar en internet. Algunas de ellas diseñadas por las mismas plataformas que se alimentan de la economía de la atención, ya sea para abarcar todas las áreas del mercado o por la presión social a la que se han expuesto en los últimos años, y otras diseñadas por organizaciones que buscan contrarrestar los efectos perniciosos de la sobreexposición de contenidos, ofreciendo información guiada por criterios epistemológicos. Quizás la principal dificultad de todo esto sea que tratar de utilizar herramientas para convertirnos en vectores responsables de propagación memética no sea tan fácil ni tan sexy como darle like a todo lo que se nos ofrezca en defensa de las propias creencias. Pero a largo plazo, son los paliativos ideales contra la desinformación.