Los puntajes de Maddison

¿Qué es el crecimiento económico? ¿Cómo medirlo? ¿Qué mide el PBI?

“Ten cuidado con lo que midas, porque lo que mides es lo que valoras”
Anónimo

Cada tanto resurge la idea de que, a principios del siglo XX, la Argentina era una potencia mundial. 

Esto se apoya en un ranking realizado por el Proyecto Maddison, que buscó reconstruir el Producto Bruto Interno o PBI desde finales del siglo XIX hasta la actualidad. Para esta reconstrucción, en el año 1900, la Argentina se encontraba en el puesto 13 de los 45 países relevados. Además, habría alcanzado el puesto 6 durante la década de 1920. Esto significa que la Argentina estaba en el 13,3% más rico entre 45 países. Sin embargo, estos datos no dicen nada sobre dónde se ubicaba la Argentina entre los más de 100 países que no fueron relevados. 

Por otra parte, según datos oficiales de 192 países, la Argentina estaba en el puesto número 24 en el ranking del PBI mundial en octubre de 2023, lo que nos ubicaba en el 12,5% de los países de mayor PBI mundial. O sea que nuestro percentil en el ranking de PBI es aún mejor que el de 1920. ¿Podemos decir entonces que la Argentina de octubre de 2023 era una potencia mundial?

Retomaremos esta discusión más adelante. Antes, veremos que solemos interpretar el PBI de manera equivocada. En resumidas cuentas, el PBI (conocido internacionalmente por sus siglas en inglés, GDP o Gross Domestic Product) representa el valor monetario total de todos los bienes y servicios finales producidos dentro de las fronteras de un país durante un período de tiempo específico, generalmente un trimestre o un año. En general, se asume entonces que si el PBI aumenta, la economía de esa región o país está creciendo, y esto se persigue como una meta deseable. Ahora bien, veamos qué se esconde detrás de este objetivo tan sencillo de enunciar.

Progreso o colapso

Usualmente se piensa el PBI como una medida de progreso. Pero, ¿qué significa en este caso progreso? ¿Cuáles son los beneficios del aumento del PBI? ¿Para quiénes son esos beneficios?

Un argumento que se da como soporte de que el PBI es una medida de progreso es su correlación con el Índice de Desarrollo Humano (IDH), una medida que contiene información sobre la salud de la población, su nivel educativo oficial, y sus ingresos. Sin embargo, el nivel de ingresos contenido en el IDH es una forma (aunque modificada) de medir el PBI, ya que todo producto final se transforma en alguna forma de ingreso, por lo que la correlación entre el PBI y el IDH no implica que el PBI está correlacionado con el bienestar de un país, sino que puede deberse a una redundancia que no nos aporta información nueva, ya que de ambos lados de la correlación se encuentran medidas similares (distintas formas de medir el ingreso).

¿Están necesariamente relacionados el progreso y el aumento del PBI? Teniendo en cuenta los fenómenos asociados al cambio climático y a los recientes desarrollos de la inteligencia artificial, es posible que en el futuro cercano el mundo se transforme (o, se deba transformar) de a poco en algo más parecido a un cuento de ciencia ficción, irreconocible e incomprensible desde nuestro punto de vista actual, sin que el crecimiento del PBI sea realmente mucho más alto. Esto es porque el PBI es deficiente para describir el impacto de revoluciones tecnológicas transformadoras. Por ejemplo, si una nueva tecnología es barata y acelera procesos o los hace más baratos, mientras que otros sectores de la economía siguen siendo caros debido a restricciones regulatorias, es posible que la nueva tecnología no tenga un gran impacto en el PBI, por mucho que altere el mundo. Además, desde el punto de vista de las políticas públicas, aquellas que resulten en una reducción del PBI a corto plazo pero con posibles beneficios a corto o largo plazo, serán descartadas si mantenemos la suposición errónea que el aumento continuo del PBI es el objetivo más deseable.

Por otro lado, podría darse el caso que el PBI de un país aumente mucho como resultado del crecimiento de muy pocas pero grandes empresas, mientras que el grueso de las empresas más pequeñas podrían mantenerse con su producción quieta, o incluso bajarla o quebrar, sin que esto sea percibido por el PBI. De hecho, algunos trabajos de investigación argumentan, basándose en datos de EEUU, que ese fue el caso en gran parte de los últimos cien años en ese país, y especialmente profundizándose en las últimas tres décadas, en donde el PBI fue en aumento, pero también aumentó la desigualdad, lo que se debió a la transferencia de riqueza desde los más pobres hacia los más ricos. Y si bien el capitalismo moderno se basa en la idea que a medida que las empresas crecen se vuelven prósperas pero inflexibles a los cambios, lo que las expone a competidores ambiciosos que pueden sacar ventaja de su falta de flexibilidad y así superarlas, según distintas investigaciones independientes este ciclo de destrucción creativa podría estar cambiando hacia un sistema de “winner takes all” (el ganador se lleva todo) en el que los gigantes se fortalecen, y no se debilitan, a medida que crecen.

Si bien el PBI puede medir el aumento de la producción o de los ingresos de un país como un todo, no hay manera de determinar (solo mirando el PBI) cómo es que se distribuye ese aumento dentro de cada país. Una forma sencilla de observar cuán problemático puede ser esto es con la siguiente consideración hipotética (e irreal), pero que sirve para entender las magnitudes de las que podríamos estar hablando. Una de las empresas que más creció del mundo en 2024 (según su aporte al PBI de EEUU) es NVidia, con un ingreso reportado de 60,9 mil millones de dólares durante ese año. Es decir que, con un total de 36 mil empleados, la empresa completa podría mudarse y formar un país totalmente nuevo, y en 2024 ese país ficticio hubiera tenido un PBI per cápita de 1,69 millones de dólares, que es diez veces más alto que el país con el PBI per cápita más alto del mundo. Más aún, si a este país ficticio también se fueran a vivir otras 360 mil personas (diez veces más que toda la empresa) en situación de máxima pobreza (aquellas que no producen nada ni perciben ningún tipo de ingreso), el PBI per cápita de este nuevo país ficticio seguiría siendo el más alto del mundo.

Por otro lado, en términos de ingresos, el PBI mide, en el mejor de los casos, cuánto dinero percibe una sociedad en general, pero no su rendimiento real. Todos podríamos ser bastante ricos en términos monetarios, y aún así vivir vidas vacías en una economía mecánica que ha olvidado que el dinero es, en el mejor de los casos, un medio para mantenerse con vida pero irrelevante a la hora de brindarle significado o, en el peor de los casos, una maldición destructiva que nos distrae del vacío humano que contribuye a crear, manteniéndonos en un ciclo eterno de insatisfacción, consumo, insatisfacción, etc. Si el motor del consumo innecesario es justamente la sensación de falta de algo que todavía no poseemos y que nos promete felicidad o bienestar, entonces la ecuación podría ser exactamente la inversa de la que creemos: aquel que continuamente se compra las zapatillas nuevas de esa famosa marca o ese artículo nuevo que está de moda, es quien más vacío o más en falta se siente, sensación que trata de cubrir consumiendo más.

Pero para volver a analizar cuestiones técnicas, el PBI ha sido históricamente criticado también por otras razones. Por ejemplo, cuando ocurre un desastre natural o cuando hay una guerra y una parte de una ciudad es destruida, la reconstrucción que (con suerte) sigue es nueva actividad económica, lo cual impulsa el PBI. Más aún, durante las guerras, en los países que participan de ellas pero que no terminan completamente destruidos son en donde más se activa la economía, por el desarrollo de tecnologías militares y el mercado de armas. Sin ir más lejos, fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando el PBI se volvió un estándar internacional para medir los tamaños de las economías, ya que servía para conocer la capacidad bélica de los distintos países, o sea para ver quién podía producir más armas. Difícilmente pueda argumentarse que una guerra, siendo una de las peores aberraciones de la condición humana, es una forma de progreso.

En lo que respecta al cambio climático hay una fuerte desconexión entre los científicos que estudian el clima y los economistas que estudian los posibles impactos del cambio climático en la economía. Mientras que a los científicos del clima les preocupa un posible colapso de los sistemas físicos y biológicos que sustentan la civilización humana, los economistas del clima estiman que el cambio climático podría reducir el crecimiento del PBI en algunos puntos porcentuales. En el capítulo “La atmósfera es compleja” de su libro Escape del mundo de los modelos, Erica Thompson profundiza en la brecha entre los científicos del clima y los economistas del clima sobre cómo estos miden los impactos del cambio climático. Allí muestra como ejemplo que el ganador del Premio Nobel de Economía en 2018, William Nordhaus, argumentó que lo había que hacer era equilibrar la compensación entre los costos del cambio climático y los costos de evitar el cambio climático, de manera que el costo total resulte el menor posible para la sociedad en general, y que según sus cálculos estos costos se equilibran cuando se mantiene un nivel de calentamiento de la corteza terrestre de 4°C con respecto a los niveles pre-industriales, lo que implicaría, de nuevo, una caída de unos pocos puntos porcentuales del PBI global. Mientras tanto los científicos del clima predicen, para ese mismo aumento de temperatura, crisis alimentarias y de abastecimiento de agua, refugiados climáticos, ciudades totalmente inundadas, y la destrucción masiva de ecosistemas enteros.

En una nota anterior de este newsletter sobre la exponencialidad, el equilibrio y el colapso, dejamos en claro que en vez de progreso, el crecimiento económico mundial ―medido a través del PBI― lo que podría realmente mostrarnos es que nos estamos acercando al colapso sistémico global a velocidades exponenciales. Sin embargo, el principal problema que queremos detallar en esta nota es otro, uno muy específico y técnico, que es mostrar que lo que realmente representa la medida del PBI no es lo que usualmente se supone que calcula. En el siguiente apartado trataremos de responder la pregunta: ¿qué estamos midiendo realmente con el PBI? Para eso, necesitamos adentrarnos en las diferencias entre dos mundos completamente distintos dentro de la ciencia estadística, a los que llamamos, siguiendo los nombres propuestos por el investigador y filósofo Nassim Nicholas Taleb, Mediocristán y Extremistán.

Dos mundos distintos: Mediocristán y Extremistán

Para medir, caracterizar e informarnos sobre un mundo complejo muchas veces necesitamos calcular promedios, ya que los promedios nos permiten resumir una gran cantidad de datos. Pero resulta que la cantidad de promedios posibles que se podrían tomar de cualquier distribución de números es infinita. El más famoso de ellos, sin embargo, es el promedio aritmético, que se calcula sumando todos los números disponibles de una muestra o una población de números, y luego dividiendo esa suma por la cantidad de números que se sumaron. Así, el promedio aritmético de los números 1, 2 y 3 es (1+2+3)/3, que es igual a 2. Otro promedio muy utilizado es la “suma total” de los números, o sea 6 en el ejemplo anterior. Pero resulta que, si bien estos promedios son los más comunes y que mejor se entienden intuitivamente, pueden no ser los adecuados para resumir o conocer el comportamiento de una distribución de números en una amplia gama de escenarios. Por ejemplo, las distribuciones de números que viven en Mediocristán o Extremistán tienen comportamientos tan distintos, que los mismos promedios en cada uno de esos mundos nos dan informaciones completamente diferentes.

La forma quizás más simple de ver qué es la característica específica que diferencia estos dos mundos es ver cuál es la relación entre los valores extremos de cantidades que viven en cada uno de ellos. Tomemos como primer ejemplo las alturas de las personas. Si agarramos a la persona más alta del mundo, que mide 2,51 metros, y a la persona más baja del mundo, que mide 0,63 metros, podemos notar que la persona más baja del mundo mide casi 4 veces menos que la más alta. Esto es Mediocristán, en donde todos los valores posibles de las alturas se encuentran en un rango 4 veces mayor o menor que otra, por lo que decimos que “las alturas de las personas viven en Mediocristán”. Ahora bien, si trasladáramos esta misma relación a Extremistán, donde vive por ejemplo la riqueza de las personas, entonces la persona más pobre del mundo tendría que tener una riqueza de alrededor de 4 veces menos (o algún número similar) que la de la persona más rica del mundo. Según Wikipedia, la persona más rica del mundo a comienzos de 2025 era Elon Musk con un patrimonio de 435 mil millones de dólares. Es decir que si la riqueza de las personas viviera en Mediocristán, la persona más pobre del mundo tendría un patrimonio de alrededor de 109 mil millones de dólares, número que no solo es absurdo sino que además representa la riqueza de la 12va (doceava) persona más rica del mundo. Como dijimos, las alturas y las riquezas de las personas son, estadísticamente hablando, dos mundos distintos, con leyes y teoremas que se aplican en cada caso que son completamente diferentes.

Veamos ahora un ejemplo un poco más elaborado, que nos permitirá sacar algunas conclusiones más precisas. Digamos que hacemos una encuesta en algún barrio de la Ciudad de Buenos Aires, en la que preguntamos por la riqueza total (en dólares) y la altura en metros. A continuación mostramos dos gráficos que resumen los resultados de los dos conjuntos de respuestas dadas por estas 1000 personas. Vale aclarar que estos datos son ficticios, pero que también son plausibles, cosa que nos alcanza en este ejemplo ya que no queremos sacar ninguna conclusión sobre la muestra de personas en sí, ni sobre la población en general, sino simplemente sacar conclusiones sobre las distribuciones de los números y sobre qué promedios tiene sentido tomar en cada caso, y cuáles no.

Arriba tenemos la distribución de alturas con personas bajas de hasta 1,3 metros, y personas altas de hasta casi 2 metros, mientras que del lado derecho observamos su riqueza medida en millones de dólares, donde vemos que hay algunas personas que alcanzan el millón de dólares de patrimonio neto. O sea que vamos a suponer que hay dueños de algo así como una casa, dos o tres departamentos y algunos vehículos, mientras que otros tienen un patrimonio cercano a cero, con lo cual alquilan el inmueble en el que viven, y quizás son dueños de algún vehículo o no. Pero más allá de las particularidades de cada conjunto de números ―por ejemplo, el hecho de que las alturas se distribuyen hacia los dos lados del promedio mientras que la riqueza tiene un valor mínimo que es cero y por lo tanto solo se distribuye hacia la derecha―, las dos distribuciones no parecen ser tan distintas, en términos de sus propiedades estadísticas. Sin embargo, si las analizamos un poco más detenidamente, podremos ver que viven en dos mundos completamente diferentes. 

Veamos qué pasa con las estadísticas que resumen a estas dos distribuciones. Tomemos tres promedios: la suma total de todos los valores, el promedio aritmético, y la mediana, que es el valor que sale de ordenar todos los números de menor a mayor y elegir exactamente el que está en el medio de la distribución, es decir que representa, de todas las personas, a aquella que se encuentra exactamente en la mitad. Luego, vamos a calcular estos mismos tres promedios para las alturas y para las riquezas de las personas, pero agregando a la distribución a la persona más alta del mundo, en el caso de las alturas, y a la persona más rica del mundo, Elon Musk, en el caso de la riqueza.

Tipo de promedio

Grupo de 1000 (alturas)

Grupo de 1000 + persona más alta (alturas)

Grupo de 1000 (riquezas)

Grupo de 1000 + persona más rica (riquezas)

Promedio aritmético

∼ 1,61 metros

∼ 1,61 metros

179.091 dólares

434,7 millones de dólares

Mediana

∼ 1,61 metros

∼ 1,61 metros

133.329 dólares

133.556 dólares

Suma total

1607, 34 metros

1609,85 metros

179,1 millones de dólares

435.179 millones de dólares

En el caso de las alturas el promedio y la mediana son muy parecidos, lo que significa que la distribución de números está bastante bien centrada alrededor del promedio (como se puede ver en el gráfico izquierdo de más arriba). Pero lo realmente destacable de las alturas (del mundo de Mediocristán) es que agarrando a la persona más alta del mundo y sumándola a la distribución, ninguna de las estadísticas cambian mucho: el promedio y la mediana son prácticamente iguales, y la suma total es la misma con la diferencia de la altura de la persona que agregamos a la distribución, 2,51 metros más. Entonces, en Mediocristán podemos agregar a cualquier extremo a la distribución, y no cambia mucho ningún resultado.

Veamos ahora qué sucede con la riqueza, que vive en Extremistán. La riqueza promedio de los 1000 encuestados es el valor de un muy buen departamento en la ciudad de Buenos Aires, 179 mil dólares, mientras que la mediana (la persona que está en el medio) corresponde al valor de un departamento un poco peor (pero no malo), 133 mil dólares. Luego, la suma total (que no es otra cosa que el promedio multiplicado por 1000) son 1000 muy lindos departamentos. Ahora bien, si agregamos a Elon Musk a esta distribución, el promedio aritmético aumenta 2427 veces, es decir que pasa a ser el equivalente de 2427 muy lindos departamentos, un aumento de más del 240.000% (!). Algo parecido ocurre con la suma total, que ahora pasa a ser un poco mayor al patrimonio de Elon Musk, en donde la suma total anterior es solo un pequeño porcentaje de la suma total nueva. La mediana, en cambio, solamente aumenta un poco, ya que al sumar a una sola persona al grupo de los 1000, la persona que “está en el medio” simplemente se corre un lugar para el costado, y por lo tanto la nueva mediana sigue siendo equivalente al valor de un solo departamento común. Es decir, lo único que hicimos fue agregar a Elon Musk al grupo, y la suma total y el promedio aritmético de la riqueza de estas personas se disparó, mientras que la mediana casi ni se movió.

Con estos datos ya podemos sacar varias conclusiones. Primero, que Mediocristán y Extremistán son, desde el punto de vista de la estadística, dos mundos completamente diferentes. En Mediocristán viven las distribuciones de datos cuya totalidad de valores se encuentran más o menos cercanas al promedio, por lo que agregar datos extremos no cambia mucho las estadísticas, y por lo tanto mirar el promedio aritmético o la suma total tiene sentido en este mundo. Mientras tanto, en Extremistán los datos extremos dominan completamente a toda la distribución, o sea que estos promedios dependen mucho de los extremos y toman valores exorbitantes independientemente de los valores que tomen la mayor parte de las personas que se encuentran dentro de la distribución, a tal punto que las invisibiliza. Es decir que en Extremistán la mayor parte de las personas deja de importar o se deja de notar cuando se lee un promedio aritmético o una suma total que resume sus distribuciones, ya que en Extremistán los valores extremos (aunque sean pocos) dominan completamente estas medidas. Es por esto que las leyes estadísticas aplicadas a dos mundos tan distintos como lo son Mediocristán y Extremistán deben ser (y son) completamente diferentes.

Por la forma en que varían los datos, a muchas de las distribuciones que viven en Extremistán se las conoce con el nombre de “leyes de potencia”, y entre sus propiedades se puede ver que unos pocos datos dominan por completo a la totalidad de la distribución. Además, tanto el producto económico de los distintos países ―el tamaño de su economía―, que se mide con el PBI, como el ingreso de las empresas o de las personas, todas siguen leyes de potencias, es decir que todas ellas viven en Extremistán. Esto quiere decir que tanto el producto de la economía como los ingresos se concentran en muy pocas manos (o en muy pocas empresas). Pero, lo más importante, y a este punto es el que queríamos llegar, es que entonces tanto el PBI (que también es un promedio, ya que es una suma total) como el PBI per cápita (un promedio aritmético) son valores completamente dominados por los casos extremos de la distribución. Es decir, tanto el PBI como el PBI per cápita lo que realmente miden es cómo le va a los más ricos (a los que más producen, o a los que más ingresos tienen), y son medidas que invisibilizan completamente a la totalidad de la distribución que pretenden resumir. Por eso, cuando decimos que el PBI o el PBI per cápita de un país creció, lo que en realidad estamos diciendo es que el producto de las pocas empresas que más producen creció, independientemente de cómo les fue a la gran mayoría de empresas que no son las que más producen, pudiendo estas bajar su producción o incluso quebrar.

Si, por ejemplo, el 50% de las empresas más chicas de una sociedad aumenta el triple su productividad (todas ellas), tanto el PBI como el PBI per cápita no se verían casi afectados, ya que este sector de la economía no mueve la aguja en una distribución que vive en Extremistán, por lo que la sociedad en general (la gran mayoría de los productores y participantes de la economía de los países) no es ni visible ni importante para quien valora el PBI o el PBI per cápita como medida de crecimiento económico. Volvamos al consejo inicial: “ten cuidado con lo que midas, porque lo que mides es lo que valoras”. Si lo que medimos es el PBI, lo que valoramos no es el tamaño total de la economía de cada país, sino cómo le va al puñado de peces gordos, los pocos que dominan la producción de cada país.

En lo que sigue veremos cómo podemos solucionar estos problemas, y así proponer una medida de crecimiento económico superadora, que permita visibilizar el crecimiento económico de las grandes masas que conforman la economía de los países y la sociedad en general.

Otra medida de crecimiento económico: el PDI o Producto Democrático Interno

En realidad, la solución a estos problemas ya fue adelantada en la tabla que presentamos más arriba. Si el PBI, que es el promedio que se calcula como una “suma total”, y el PBI per cápita, que es un promedio aritmético, están totalmente dominados por algunos peces gordos, pensemos qué ocurre si en vez de esos promedios tomáramos o valoráramos otro promedio: la mediana. Como vimos más arriba, la mediana se obtiene de ordenar una distribución de números de menor a mayor, y tomar el elemento que se encuentra exactamente en el medio. Ahora bien, el cálculo real de algo así como “la mediana del PBI” sería más complejo que simplemente ordenar de menor a mayor una distribución de producción o de ingreso, ya que el PBI no se calcula simplemente tomando la suma de la producción de todas las empresas de un país. Sin embargo, este es simplemente un desafío técnico y no un obstáculo irremontable (pero aún así usaremos las comillas para nombrar a “la mediana del PBI”, para recordar que no es una medida que ya existe, sino un concepto sobre el que en todo caso se debe construir una medida que lo represente).

¿Qué ocurriría si en vez de observar la suma total de la producción (el PBI) o su promedio aritmético (el PBI per cápita) calculáramos y valoráramos “la mediana del PBI”? Si volvemos al ejemplo con la tabla de más arriba, podemos ver que incluso en las distribuciones que viven en Extremistán, la mediana no se ve muy afectada ni siquiera si incluímos al caso extremo más grande del mundo en una distribución muy pequeña (1000 personas es una muestra muy pequeña comparada con el tamaño de los países). Es decir, la mediana es una medida robusta y fiable incluso en el mundo de Extremistán. Ya sabemos que para que aumente el PBI o el PBI per cápita, alcanza con que aumente la producción una o algunas pocas de las empresas más grandes de un país, con lo cual cuando aumenta el PBI lo único que podría estar pasando es que los más ricos estén acumulando cada vez más dinero. Sin embargo, como “la mediana del PBI” representa el nivel de producción que está en el medio, entonces para que ésta aumente se requiere que casi toda la curva de producción crezca, es decir que el 50% de los productores más pequeños (o el 50% de los más grandes) debe subir para que la mediana pueda aumentar. Decimos que se trata de una medida democrática porque para que la mediana pueda aumentar significativamente se requiere del aumento de la mayor parte de los productores de una sociedad (en vez de requerir el aumento de unos pocos, como en el PBI o el PBI per cápita, a los que a esta altura podríamos renombrar como POI o Producto Oligárquico Interno).

Para ponernos un poco más rigurosos con esto de “la mediana del PBI”, en su artículo “Las dos tasas de crecimiento de la economía”, Alexander Adamou, Yonatan Berman y Ole Peters proponen otra métrica para acompañar al PBI como medida de crecimiento económico de los países: el Producto Democrático Interno o PDI (DDP o Democratic Domestic Product, por sus siglas en inglés). El PDI es una forma de medir algo parecido a “la mediana del PBI”, aunque esto requiere dar una discusión técnica que está fuera del alcance de esta nota. En particular, el PDI es una medida “democrática” en vez de “bruta” porque en vez de darle valor a la cantidad total que ganamos o producimos entre todos (cosa que está dominada por unos pocos casos extremos, los más ricos), lo que valora el PDI es cómo le va a la persona o empresa que se encuentra en la mediana de un país, la persona que está en el medio, que es lo que a la mayoría de nosotros realmente nos interesaría conocer acerca de una sociedad.

De todas maneras, el PBI no desaparecerá de la noche a la mañana, y tampoco debería hacerlo, ya que puede ser un indicador útil dentro de sus limitaciones. El problema surge cuando una métrica tan limitada se convierte en la más importante, o peor, en una obsesión, o cuando queremos optimizar una estadística y olvidamos de qué depende realmente el bienestar humano. La historia argentina ilustra perfectamente esta trampa. Durante décadas, nuestros líderes persiguieron el crecimiento del PBI como si fuera sinónimo de progreso, ignorando la concentración de riqueza, la degradación institucional y la fractura social que lo acompañaban. El resultado: un país que puede presumir de recursos naturales extraordinarios y talento humano excepcional, pero que no logra traducir ese potencial en prosperidad compartida. La Argentina podría haber tenido uno de los PBIs más altos del mundo a comienzos del siglo pasado, pero nada sabemos de cómo estaba distribuida esa riqueza en la sociedad. La verdadera potencia será construir un país donde la prosperidad se mida por el florecimiento de todos, y no por la acumulación de unos pocos. Desde un punto de vista histórico, el siglo XXI podría llegar a ser recordado como la era en que la humanidad aprendió a medir correctamente su progreso, o como la era en la que todo se perdió buscando optimizar las métricas equivocadas. Y el costo de no cambiar es demasiado alto.

Hola!

La nota que acabás de leer fue escrita por El Navegante, físico estadístico que trabaja en ciencia de datos y economía. Si te interesó, te recomendamos otra nota que escribió hace unos meses sobre las inquietantes similitudes entre el crecimiento económico y la bomba nuclear.

Este newsletter es un espacio abierto, nos gusta que funcione como vehículo para compartir ideas importantes, pero también para conocer otros trabajos y perspectivas complementarias. Si te interesa publicar una nota con nosotros, escribinos.

Te mando un abrazo grande,
Giovanna Cirianni
Filosofía del Futuro

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