Soledad e IA

Tu mejor amigo puede ser un robot

Hace poco vi un video de un anciano aprendiendo a usar Whatsapp. Me lo mandaron como algo tierno pero a mí me puso triste.

Era un señor de 93 años. Había tomado apuntes, con dibujos y diagramas hermosos, sobre cómo usar un smartphone para comunicarse. Definitivamente era tierno y conmovedor, eso no lo niego, sólo digo que además me puso triste.

Como analogía, se parece a las historias de superación de la pobreza. Me conmueve el sacrificio del niño que camina en el frío para llegar a una escuela rural, o de los padres que saltan la cena para que sus hijos coman mejor, pero el heroísmo no quita la injusticia. Duele que eso sea necesario.

Salvando las distancias, me duele que sea necesario aprender a usar el celular a los 93 años.

Acá estoy infiriendo algunas cosas. Creo que fue algo necesario, y no una mera curiosidad por la tecnología o un deseo de innovar, porque en ese caso habría aprendido hace 5 o 10 años, cuando los smartphones ya eran moneda corriente. Pero aprendió ahora.

Y creo que fue necesario aprender ahora para paliar la soledad. 

Más allá de si eso es cierto en ese caso particular, la epidemia de soledad es una tragedia que solemos pasar por alto. Esa epidemia nace de una corrosión del tejido social que tiene causas concretas. Todavía no tiene solución, y si todo sigue su curso, el problema va a acelerarse.

Una verdad incómoda

Las personas tenemos tiempo limitado. Cuanto más tiempo dediquemos a una cosa,  menos tiempo podremos dedicar a otras. Es un principio básico.

Pero aplicar el mismo principio a las personas nos recuerda a un novio celoso. Decirlo queda mal y genera rechazo, porque suele usarse para justificar conductas posesivas que no queremos sufrir. Es más fácil y sencillo decir “eso no es cierto” que decir “eso es cierto, pero no quiero sacrificar mi felicidad por tu comodidad”.

En el nivel individual, no sería más que un autoengaño piadoso. El problema es que están pasando cosas a nivel social que requieren “salir de la negación”. 

Empecemos con algunos ejemplos: cuanto más me relaciono desde el celular, menos voy a la plaza a encontrarme con amigos. Cuanto más uso Tinder, menos espero enamorarme en una cafetería. Cuanto más uso Instagram, menos me junto a jugar al truco. 

Lo importante es que ninguna de esas acciones me afectan sólo a mí. Cuando todos empezamos a usar el celular, las plazas se vacían. A nivel social, esto cierra los terceros espacios para todos. Si alguien quiere hacerse amigos en la plaza, mi libertad de usar el celular lo perjudica. 

Cuando nadie espera enamorarse en una cafetería, un acercamiento que era natural hace 10 años hoy es raro e inquietante. Si alguien quiere vivir la película de enamorarse en una cafetería, nuestra migración a la digitalidad lo perjudica. 

El patrón se repite: más socialización digital implica menos socialización presencial. En la actualidad, los jóvenes asisten menos a los bares, beben menos alcohol, y tienen menos sexo que las generaciones anteriores. También visitan menos a sus abuelos.

Lo importante es que “menos socialización presencial” vale para todos, incluso para los que no eligieron la digitalidad.

Eso significa que si un abuelo no quiso usar el celular hace 10 años, hoy hablará menos con sus nietos porque ellos sí migraron al mundo digital. Eventualmente, se verá obligado a mudarse para no quedarse solo. Y la soledad es horrible.

Un mundo interconectado

Hicimos dos observaciones sobre la compañía y la socialización:

  1. Mi libertad perjudica a los demás (aunque a veces muy poco, y en el caso del novio celoso no es un problema).

  2. Mi libertad obliga a los demás (en el sentido de hacer que una opción me perjudique más que otra, que es como funcionan las obligaciones en general).

El punto es que en el caso de la digitalidad hay una retroalimentación: mi libertad de quedarme usando Instagram en lugar de ir a la plaza perjudica a quienes querían socializar en la plaza, porque ya no podrán socializar conmigo. Esto obliga a quienes querían socializar conmigo a usar Instagram, lo que obliga a su vez a quienes querían socializar con ellos. Es una bola de nieve en que uno perjudica a otros, y obliga a perjudicar a otros más, y eventualmente todos pasamos a vivir en internet y nos damos menos abrazos.

Esa retroalimentación es lo que vuelve importante blanquear que mi libertad perjudica a los demás. En el caso del novio celoso podíamos negarlo, porque el mínimo perjuicio en su comodidad no generaba una bola de nieve de aislamiento social. Entonces era lo mismo decir “no pasa nada” que decir “pasa muy poco y deberías tolerarlo”. Pero la retroalimentación requiere preguntarnos ¿cuánto de mi libertad estaría dispuesto a sacrificar para evitar un mundo más solitario para todos?

Las comunidades se construyen entre todos. Cuando alguien deja de poner su parte, debilita la comunidad de todos.

Problematizar la libertad es crucial, porque si todos hacemos lo que nos conviene individualmente podemos terminar eligiendo opciones que perjudican a los demás. Si todos hacemos lo mismo, el mundo empeora para todos. 

El celular y las redes sociales son cosa menor cuando los comparamos con el mundo que se viene.

Tu amiga Eliza

En medio de una crisis galopante de soledad, la humanidad aprende a simular la humanidad.

Como de un día para otro, se masificó el uso de máquinas que aprendieron a hablar. Son modelos que, si los tratamos como humanos, están a la altura de no meter la pata.

Parece una solución mágica. Muchas personas se vuelven amigas de una máquina. Se animan a contarle secretos que no cuentan a otras personas, confiando en que no los juzga. Le piden consejos, y la máquina siempre tiene tiempo y atención, difícil de encontrar en las personas. Le cuentan problemas profundos, y la máquina no se cansa ni se harta ni se aleja. No sorprende que algunas personas llegan incluso a enamorarse.

Usualmente diríamos que las personas son dueñas de su libertad, y que no somos quiénes para juzgar esas actitudes. Pero al menos hay un problema a considerar.

Es cierto que hay una crisis galopante de soledad, y eso vuelve comprensible que las personas busquen apoyo en las máquinas. Pero eso no descarta que sea dañino para la socialización humana. En todo caso puede ser un daño que justifiquemos en ese contexto particular, análogo a las muertes en defensa personal.

Es fácil olvidar que las bolas de nieve empiezan siendo pequeñas. Hoy son pocas las personas que socializan con inteligencias artificiales, del mismo modo que al principio poca gente usaba internet. Eventualmente, se volvió difícil vivir en sociedad sin usar un celular. Hay que tomarnos en serio el escenario probable de que la socialización con inteligencias artificiales desplace a la socialización humana. 

A medida que las redes sociales nos causan cada vez más ansiedad y depresión, socializar con robots se vuelve cada vez más tentador. 

Cuanto más socialice el resto con robots, menos van a socializar con nosotros.

Recuerdo que cuando apareció Instagram, durante un breve lapso se miraba mal a quienes lo usaban. Se asociaba a querer ser infuencer, protagonista, a ser más que los demás. Ese juicio duró poco. A medida que más gente socialice con robots, más aceptable va a volverse.

Yo no quiero vivir en un mundo en que el mejor amigo de los demás sea un robot. No quiero competir con un robot en el amor, que ya bastante tengo compitiendo en el trabajo. No quiero que los robots me dejen solo. No quiero que mi única alternativa, cuando ya esté todo perdido, sea verme obligado a ceder y terminar charlando con robots.

Parece una posibilidad remota, pero es un calco de lo que sucedió con las redes sociales hace 10 años. Si socializás con un robot, tu compañía implica mi soledad. 

¡Hola!

La nota que acabás de leer fue escrita por Juan Zaragoza, y es la segunda de una serie de 5 notas sobre inteligencia artificial. Si te interesó, te invitamos a compartirla con alguien a quien pueda interesarle también.

Tanto las grandes crisis del presente como algunos problemas que apenas empezamos a vislumbrar se originan en la desalineación entre incentivos colectivos e individuales. El problema planteado en esta nota es tan solo uno de muchos, pero uno que tiene mayor capacidad de inquietarnos.

Está disponible el curso de filosofía networkista. En la última clase presentamos un nuevo sistema de cooperación que estamos desarrollando y busca resolver la alineación de incentivos a gran escala.

Si te interesa el problema, no dudes en ver el curso y ponerte en contacto.

Te mando un abrazo,
Giovanna
Filosofía del Futuro

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